Por P. Fernando Pascual
Una revuelta provoca acciones violentas: ataques a policías, a personas particulares, a tiendas, a templos, a coches.
Algunos periodistas y muchas personas concretas señalan, como raíz de esas acciones, problemas sociales más o menos graves.
Dicen, por ejemplo, que la violencia surge por culpa de la crisis económica, o por la corrupción de muchos políticos, o por tensiones entre inmigrantes y autóctonos, o por otras causas.
Pero a veces no se explica que muchas de esas acciones violentas no tienen ninguna auténtica causa social, sino que se originan desde grupos organizados que aprovechan ciertos malestares comunitarios para fines concretos.
Ni tampoco se señala que no pocas de esas acciones violentas surgen desde particulares que aprovechan la famosa frase “a río revuelto, ganancia de pescadores”, para dañar a enemigos, para cometer robos injustos, o simplemente como una especie de desfogo de sus pasiones más bajas.
Por eso, ante ciertas explosiones de violencia que llenan los titulares de la prensa, que generan reacciones en las redes sociales, y que luego empiezan a ser analizadas en artículos y libros más o menos serios, hay que tener la suficiente perspicacia para reconocer y denunciar acciones de particulares deshonestos y de grupos ambiciosos y subversivos.
El mundo moderno, que presume de tener un alto nivel cultural y un amplio acceso a la información, permite con frecuencia engaños y tergiversaciones a la hora de presentar ciertos hechos, porque deja a un lado acciones violentas llevadas a cabo por individuos y grupos, en contextos de tensión social, que buscan solo sus propios intereses mezquinos, injustos, y a veces completamente contrarios al bien común.
Existen problemas sociales de gravedad, hoy como en el pasado, que no provocan reacciones violentas arbitrarias y absurdas, lo cual muestra que la conexión, que algunos creen inevitable, entre injusticia y violencia, es falsa.
También existen problemas sociales de entidad media, incluso de poca gravedad, que hoy, como ayer, son aprovechados por personas y grupos para cometer violencias, incluso asesinatos, que van contra los intereses de la sociedad, y que dañan injustamente a miles de inocentes.
Frente a cualquier forma de violencia que no tenga nada de social, que surja desde el egoísmo y el capricho de individuos sin escrúpulos o de grupos ambiciosos y criminales, hay que responder con una clara defensa del derecho de todos, especialmente de los más indefensos y vulnerables.
Esa defensa tiene que moverse en todos los ámbitos: informativo, policial, jurídico, político. Incluso los particulares, a veces auténticos héroes de la calle, pueden hacer mucho para que ninguna violencia absurda quede impune bajo el pretexto engañoso de que se defendía la justicia cuando se iba explícitamente contra ella.