Mensaje de la Dimensión de Pastoral de la Salud de la Conferencia del Episcopado Mexicano. 9 de febrero de 2021.
«La Gloria de Dios es que el hombre viva» San Ireneo, Adv. haer. IV, 20, 7.
En México, la salud sigue amenazada por múltiples factores, entre los cuales, ocupa un lugar significativo desde hace casi un año, el aumento de contagios por COVID-19.
La infraestructura de salud a nivel nacional y los presupuestos destinados a combatir la pandemia están resultando insuficientes. La minimización de la contingencia, la falta de pruebas constantes para determinar el tamaño del contagio, diversas fuentes de desinformación sobre la eficiencia y/o la inmoralidad en la ingeniería genética de algunas vacunas circulan por diversas redes sociales. Todo este escenario siembra confusión y disminuye la confiabilidad en las ciencias biomédicas rigurosas, y en ocasiones, se llega incluso a desafiar el juicio y las orientaciones de la propia autoridad eclesial.
Por estas razones es necesario hacer una pausa y reflexionar sobre la conveniente necesidad de vacunarse para contrarrestar, en lo posible, el COVID-19. Es preciso mirar con claridad cuál es su propósito y cuál es la relevancia ética que posee la personal colaboración en la campaña de vacunación.
Las vacunas son preparaciones destinadas a generar inmunidad contra una enfermedad, estimulando la producción de anticuerpos. En el mundo contemporáneo, aplicarse las vacunas clínicamente aceptadas por la comunidad científica internacional, colabora a proteger la salud personal y de nuestro prójimo, ayuda al cuidado de la creación; es una acción que custodia el auténtico bien común y promueve la verdadera cultura de la vida, basada en el respeto irrestricto a la dignidad de toda persona humana y a la justicia derivada de ella.
Es sabido que algunas de las vacunas, tanto para combatir el COVID-19, como otras enfermedades, emplean líneas celulares procedentes de fetos abortados hace varias décadas. A este respecto, la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) ha ratificado la enseñanza que, desde hace muchos años la Pontificia Academia por la Vida ya había esclarecido y que se basa en la más rigurosa investigación científica y en la teología moral de la Iglesia, en fidelidad al depósito de la Fe y al Magisterio constante. La autoridad doctrinal que posee la Congregación para la Doctrina de la fe, en estas cuestiones, es participada del ministerio del Sucesor de Pedro y merece ser atendida con asentimiento por parte de todos los fieles:
“Cuando no estén disponibles vacunas Covid-19 éticamente irreprochables (por ejemplo, en países en los que no se ponen a disposición de médicos y pacientes vacunas sin problemas éticos o en los que su distribución es más difícil debido a las condiciones especiales de almacenamiento y transporte, o cuando se distribuyen varios tipos de vacunas en el mismo país pero, por parte de las autoridades sanitarias, no se permite a los ciudadanos elegir la vacuna que se va a inocular) es moralmente aceptable utilizar las vacunas contra la Covid-19 que han utilizado líneas celulares de fetos abortados en su proceso de investigación y producción.” (CDF, Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la moralidad del uso de algunas vacunas contra la Covid-19, 21 de diciembre 2020, n. 2).
Por supuesto: “quienes, por razones de conciencia, rechazan las vacunas producidas a partir de líneas celulares procedentes de fetos abortados, deben tomar las medidas, con otros medios profilácticos y con un comportamiento adecuado, para evitar que se conviertan en vehículos de transmisión del agente infeccioso. En particular, deben evitar cualquier riesgo para la salud de quienes no pueden ser vacunados por razones médicas o de otro tipo y que son los más vulnerables”. (Ibid, n. 5).
Este último punto merece ser aclarado para evitar cualquier confusión: quien rechaza la vacuna debe de contar con la verdadera posibilidad de implementar, tanto en el corto como en el mediano plazo, los medios preventivos eficientes para evitar el propio contagio y el contagio de los demás. Este tipo de recursos que involucran aislamiento estricto, higiene exhaustiva, verificación continua de la propia salud y otras medidas similares, no suelen estar al alcance real de la mayor parte de la población. Por ello, es que el Papa Francisco recientemente nos ha dicho a todos: “Creo que desde el punto de vista ético todo el mundo debe vacunarse, porque no solamente pones en peligro tu salud, tu vida, sino también las de los otros». En la misma declaración el Santo Padre expresó su rechazo al «negacionismo suicida” de quienes se oponen a la vacunación para frenar el avance de la pandemia (Papa Francisco, Entrevista a Canale 5 de la TV italiana, 9 de enero de 2021).
Así mismo, otras cuestiones merecen ser señaladas con caridad y con claridad: en todos los sectores y ambientes, la vacuna debe de ser administrada prioritariamente a quienes poseen mayor riesgo de contraer la enfermedad: personas con riesgo especial a causa de otras enfermedades, edad o ejercicio de su vocación o profesión. Del mismo modo, no es conforme a la justicia encarecer arbitrariamente los precios de medicamentos, oxígeno y otros insumos instrumentalizando el dolor y la enfermedad de la gente. Más aún, no es conforme a la verdad y al bien promover el consumo de fármacos que no se encuentren avalados científicamente como recursos preventivos o como cura efectiva para el COVID-19. Por ello, una gran responsabilidad ética recae en las agencias instituidas para ejercer el arbitraje imparcial que garantice la calidad científica de los procesos de investigación, realizados por las farmacéuticas y otros organismos de salud. Las controversias sobre fármacos y medicamentos deben realizarse con base en los datos que arrojen los más estrictos protocolos de investigación internacionalmente reconocidos. Meras opiniones, rumores o teorías conspiratorias solo pueden ser objeto del rechazo de una conciencia cristiana y responsablemente formada.
Los católicos no debemos contribuir en modo alguno a la desinformación ya que está en riesgo la vida de las personas, especialmente, de las más vulnerables.
Invitamos a todos los fieles católicos, y a todos los hermanos y hermanas de buena voluntad, a empeñarnos en la prevención, como parte de nuestra vida diaria, con el fin de evitar sufrimiento innecesario y la eventual pérdida de la vida. Que la Virgen de Guadalupe, Madre del verdadero Dios por Quien se vive, nos proteja y nos cuide en estos delicados momentos de la vida del mundo y de nuestra querida nación mexicana.
✠ Domingo Díaz Martínez
Arzobispo de Tulancingo
Responsable de la Dimensión Episcopal para la Pastoral de la Salud
✠ Rogelio Cabrera López
Arzobispo de Monterrey
Presidente de la CEM
Fuente: CEM