Por María Elizabeth de los Ríos Uriarte

“…que las religiones no incitan nunca a la guerra
y no instan a sentimientos de odio, hostilidad,
extremismo, ni invitan a la violencia
o al derramamiento de sangre” (Frateli Tutti, 285)

El Papa Francisco no solamente escribió una encíclica sobre la fraternidad universal si no que en su viaje a Irak, vivió la fraternidad sentando las bases para un diálogo interreligioso fincado en la creencia de un mismo Dios que nos hermana a todos y acoge la diversidad como signo de concordia y de amistad.

La visita de Francisco al país árabe, el primero de un pontífice, conllevaba la carga del peligro tanto por su vida y seguridad como por la ola de contagios que podría desprenderse de las multitudes a las que siempre convoca el Papa. Sin embargo, la parresía, el celo apostólico del sucesor de Pedro fue más grande que el miedo y las dudas y, una vez más, el mundo ha observado que cuando actúa el Espíritu no hay nada que temer.

Su paso por un país amenazado por grupos terroristas intestinos y por las muertes de no pocos cristianos que amedrentan una comunidad venida a menos, no sólo brindaron consuelo y esperanza si no que representaron un abrazo fraterno, hondo y sensible, compasivo y misericordioso.

Los cristianos ejecutados en Irak representan, sin duda alguna, verdaderos mártires que con su sangre recuerdan que el sufrimiento es salvación. Ante la espada ejecutoria, responden con el corazón abierto y el amor extendido.

La fraternidad de la que habla Francisco en su encíclica Fratelli Tutti constituye el andamiaje perfecto desde donde es posible entender que lo que nos une no es el nombre de la religión que profesamos, ni los ritos que realizamos, ni el lenguaje que hablamos si no un conocimiento más profundo que surge de una experiencia viva y ardiente del amor del Padre.

Cristianos, judíos y musulmanes compartimos una misma identidad, la que pisó el Papa cuando llegó a Ur de los caldeos, ciudad desde donde Abraham recibió la advertencia de que su descendencia se multiplicaría como las estrellas del cielo y por eso la presencia del Santo Padre en ese lugar constituyó un verdadero testimonio de fraternidad.

Hay que distinguir entre solidaridad y fraternidad: mientras que la solidaridad se sitúa en el “fuera” de las relaciones humanas y se llega a ella más por necesidad que por atracción natural, la fraternidad va más allá y hunde sus raíces en la identificación con el otro como hermano, es decir, en el horizonte de la intimidad y complicidad trascendiendo con ello el plano de la obligatoriedad y descubriendo el de la familiaridad. Somos hermanos en función de compartir un mismo origen y no sólo en cuanto nos caemos bien o somos buenos unos con otros. La fraternidad, en este sentido, supera la solidaridad.

El mensaje de Francisco en estos días de visita a un pueblo desmotivado, con miedo, con incertidumbre y sumergido en el sufrimiento de inocentes fue un gesto bello de fraternidad que recuerda que, más allá de nuestra fragilidad humana, siempre está el abrazo del Padre que nos hermana.

Foto: Vatican.va

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