Por Rodrigo Guerra López
El Papa Francisco fue intervenido quirúrgicamente el miércoles pasado. Sin embargo, esto no fue obstáculo para que sus palabras resonaran en la conciencia y el corazón de las miles de personas reunidas en la Plaza de San Pedro el día 10 de junio: “cuando los hombres y las sociedades eligen la fraternidad también las políticas cambian”.
Encuentro sin precedentes
En un encuentro multitudinario sin precedentes, treinta premios nobel, artistas y líderes sociales y políticos de todo el mundo, cansados de la fácil tentación de la polarización y la violencia, se han reunido para mostrar su compromiso de ser constructores de una fraternidad sin fronteras. El Papa Francisco ha dicho: “En la Encíclica Fratelli tutti escribí que «la fraternidad tiene algo positivo que ofrecer a la libertad y a la igualdad», porque quien ve a un hermano ve en el otro un rostro, no un número: es siempre “alguien” que tiene una dignidad y merece respeto, no “algo” que se puede usar, explotar o descartar. En nuestro mundo, desgarrado por la violencia y por la guerra, no son suficientes los retoques y los ajustes: sólo una gran alianza espiritual y social que nazca de los corazones y gire alrededor de la fraternidad puede volver a poner en el centro de las relaciones la sacralidad y la inviolabilidad de la dignidad humana”.
El fin no justifica los medios
Las grandes violencias que se presentan en las guerras y las grandes fracturas sociales que dividen a las naciones, suelen nacer cuando causas total o parcialmente legítimas se afirman a través de medios que siembran división. De manera sutil pero eficiente existen personas y grupos que proponen que el “fin justifica los medios”, que las grandes causas exigen acciones de “rompe y rasga”, que es necesario abandonar la “cobardía” del diálogo, la búsqueda de grandes consensos y utilizar la fraternidad como método de acción política. En la teología católica, el ángel caído es atractivo y seductor. Ofrece como tentación cosas buenas a través de insidias y radicalizaciones malsanas. Por eso se denomina “diá-bolos”, el que divide a través de una mentira: el bien se puede lograr a través de la rabia y el encono compartidos.
Por su parte, el Papa Francisco, el pasado sábado, nos dijo a todos: “La fraternidad es un bien frágil y precioso. Los hermanos son un ancla de verdad en el mar tempestuoso de los conflictos que siembran la mentira. Evocarlos es recordarle a quien está combatiendo, y también a todos nosotros, que el sentimiento de fraternidad que nos une es más fuerte que el odio y la violencia.” Y el Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado, completa: “obrar con espíritu de fraternidad es una responsabilidad que no pueden eludir quienes están llamados a animar la cultura de las relaciones internacionales”.
La verdad que reaparece
No puedo dejar de recordar cuando el jóven Karol Wojtyla militaba en el grupo clandestino “UNIA”. La ocupación nazi, y luego la comunista, no eran un escenario fácil. En cierto momento, un sector de UNIA escogió la vía de la radicalización. Se burlaban de los “tibios” cómo Wojtyla que privilegiaban los medios pacíficos, la búsqueda de diálogo – incluso con los comunistas – y la construcción de una alternativa solidaria e incluyente. Sin embargo, con el tiempo, la verdad reapareció: sólo quienes siembran solidaridad, reconciliación y fraternidad aseguran la paz y trabajan auténticamente por el bien común.
Artículo publicado en El Heraldo de México. Con autorización del autor
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de junio de 2023 No. 1458