2º Domingo de Pascua
Por P. Antonio Escobedo c.m.
La primera semana después de la Resurrección, que solemos llamar “octava de Pascua”, tiene un significado muy especial dentro de los cincuenta días de la Pascua. Toda la semana se celebra como un único día de manera que en cada Eucaristía decimos “en este día en que Cristo nuestra Pascua ha sido inmolado…”.
Pascua es algo más que una fiesta o un “tiempo litúrgico”. Pascua es un estilo de vida, una mentalidad que mueve nuestras palabras y nuestras obras. La Pascua de Cristo nos contagia hasta convertirse en Pascua nuestra, de modo que florece una vida nueva. Tal misterio lo expresamos con nuestra vida, con nuestra alegría, con nuestra entrega a los demás, con nuestra energía para el bien, con nuestra valentía en la lucha contra el mal y contra toda injusticia. La alegría de esta fiesta nos inunda de esperanza y de novedad de vida.
Por una venerable tradición, se lee cada año en este domingo el evangelio en el que Juan nos narra las dos apariciones del Resucitado a los apóstoles durante el “primer día de la semana”. Uno podría preguntarse si durante la semana aquellos discípulos no tuvieron la convicción de la presencia del Resucitado. Jesús se había despedido diciendo “estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Pero aquí, Juan parece como si quisiera convencernos de que es durante el domingo cuando, de un modo privilegiado, experimentamos la gracia de la presencia del Señor. La reunión dominical es un momento muy significativo en que nos reunimos en torno a Cristo (“donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo”), escuchamos su Palabra, y participamos en el memorial de su sacrificio pascual comulgando su Cuerpo y su Sangre.
En el relato del evangelio del día de hoy sobresale la figura de Tomás porque no estaba presente cuando el Señor se aparece por primera vez. Este apóstol suele ser calificado de incrédulo porque pide pruebas palpables para convencerse. Sin embargo, tal afirmación no es del todo atinada: mientras los discípulos permanecían en casa por miedo a los judíos, Tomás fue el único valiente que se atrevió a salir de casa; mientras los discípulos estaban callados, Tomás fue el único que se atrevió a decir lo que sentía y pensaba; mientras los discípulos habían constatado que Jesús estaba vivo, Tomás necesitaba estar convencido por sí mismo y no por lo que otros le dijeran. Él tenía coraje y valor. Además, necesitamos ser más considerados con Tomás porque, fijándonos con atención, él estaba pidiendo las mismas pruebas que habían recibido los otros apóstoles para creer. De hecho, los otros habían creído porque habían visto a Jesús, no porque tuvieran una fe muy madura. Incluso Jesús tuvo que reprenderlos porque no habían entendido las Escrituras que dicen que tenía que resucitar de entre los muertos.
Hoy que celebramos el domingo de la Misericordia, pidamos al Señor que nosotros también, podamos tener el valor de Tomas. Será de mucho provecho animarnos a preguntar y cuestionar. También será de gran ayuda recordar que Jesús se aparece en la casa. Ojalá que en este tiempo de pandemia seamos capaces de reconocerlo mientras estamos en familia.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de abril de 2021 No. 1343