Por P. Fernando Pascual
El 7 de diciembre de 1965, cuando estaba por concluir el Concilio Vaticano II, san Pablo VI firmó una carta apostólica en forma de “motu proprio” con motivo del VII centenario del nacimiento de Dante Alighieri en Florencia (el año 1265).
La carta tenía como título “Altissimi cantus”. Al día siguiente de ser firmada, con una coincidencia sorprendente de fechas, se tuvo la misa conclusiva del Concilio Vaticano II, iniciado por Juan XXIII y finalizado con Pablo VI.
Nos fijamos en algunas afirmaciones del Papa Montini sobre el famoso poeta medieval. En primer lugar, el Papa destaca algunas pertenencias de Dante: florentino, italiano, universal. Pero, sobre todo, católico y, por lo tanto, “nuestro”.
Por eso, ante quien quisiera preguntar por qué la Iglesia católica celebra la gloria del poeta florentino, Pablo VI responde: “porque, por un derecho particular, ¡Dante es nuestro! Nuestro, es decir, de la fe católica, porque en todo respira amor a Cristo; nuestro, porque amó mucho a la Iglesia, de la que cantó las glorias; y nuestro, porque reconoció y veneró en el Romano Pontífice al Vicario de Cristo”.
Reconocer a Dante como “nuestro”, como católico, sirve para recordar su importancia, y, como dice el texto papal, para “investigar en su obra los inapreciables tesoros del pensamiento y del sentimiento cristiano, convencidos, como lo estamos, de que solo quien penetra en el alma religiosa del excelso Poeta puede comprender y gustar sus maravillosas riquezas espirituales”.
Por este motivo, el Papa sitúa a Dante en la larga lista de poetas cristianos. En concreto, evoca estos nombres: “Prudencio, san Efrén el Sirio, san Gregorio Nacianceno, san Ambrosio obispo de Milán, san Paulino de Nola, Venancio Fortunato, san Andrés de Creta, Romano el Melodioso, Adán de San Víctor, san Juan de la Cruz”.
Junto a ellos, sigue Pablo VI, “la armoniosa lira de Dante resuena con sonidos admirables, majestuosa por la grandeza de los temas tratados, por la pureza de la inspiración, por el vigor unido a una exquisita elegancia”.
El Dante católico es, por eso mismo, universal, capaz de hablar sobre los temas más importantes para el género humano. Así lo explica la carta “Altissimi cantus”:
“El Poema de Dante es universal: en su inmensa extensión, abraza cielo y tierra, eternidad y tiempo, los misterios de Dios y los asuntos de los hombres, la doctrina sagrada y las disciplinas profanas, la ciencia recibida de la Revelación divina y la que procede de la luz de la razón, los datos de la experiencia personal y los recuerdos de la historia, su propio tiempo y la Antigüedad grecoromana, al mismo tiempo que se puede afirmar que es el monumento más representativo del Medioevo”.
De este modo, la “Divina comedia” (su título en italiano era simplemente “Commedia”) se abre a un sinfín de horizontes, como una síntesis que conjuga lo humano y lo divino. Además, en el texto de Dante confluyen los diversos ríos de la cultura y de la filosofía. Lo subraya en seguida el documento del Papa Montini:
“En su contenido se atesora la sabiduría oriental, el logos griego, la civilización romana, y, de modo sintético, el dogma y los preceptos de la ley del cristianismo en la elaboración de sus doctores. Aristotélico en la concepción filosófica, platónico en la tendencia al ideal, agustiniano en la concepción de la historia…”
También la teología encuentra en Dante una síntesis rica y armoniosa: “en la teología es un fiel seguidor de santo Tomás de Aquino, hasta el punto de que la Divina Comedia es, entre otras cosas, en fragmentos, casi el espejo poético de la Suma del Doctor Angélico. Si bien esto es perfectamente verdad en las líneas generales, también es verdad que Dante se abre a los profundos influjos de san Agustín, de san Benito, de los Victorinos, de san Buenaventura; y no está libre de cierto influjo apocalíptico del abad Joaquín de Fiore”.
A continuación, Pablo VI aborda otros aspectos importantes. El primero se refiere a la finalidad de la “Divina comedia”, que sería práctica: no busca solamente la belleza, sino que pretende “cambiar radicalmente al hombre y llevarlo desde el desorden a la belleza, desde el pecado a la santidad, desde la miseria a la felicidad, desde la contemplación terrorífica del infierno a la contemplación beata del paraíso”. Todo lo cual queda confirmado a través de una carta de Dante aquí citada por el Papa (Carta XIII,15).
En el fondo, se trataría de una especie de itinerario de la mente hacia Dios (según un famoso título de una obra de san Buenaventura), “desde las tinieblas de la condenación inexorable hacia las lágrimas de la expiación purificadora, y, de escalón en escalón, de claridad en claridad […] hasta la fuente de la Luz, del amor, de la dulzura eterna” (con cita del Paraíso, Canto XXX, 40-42).
El Poeta recorre, continúa el Papa, toda una serie de dimensiones de la existencia humana. “La naturaleza y lo sobrenatural, la verdad y el error, el pecado y la gracia, el bien y el mal, las obras de los hombres y los efectos de sus acciones, son vistos y considerados coram Deo [de cara a Dios], en la perspectiva de la eternidad”.
La carta “Altissimi cantus” recoge otros aspectos importantes, y dirige una atención cordial al papel de la Virgen María y de los santos en el camino cristiano. Además, se fija en el mensaje de paz ofrecido en la Obra. “La Divina comedia es un poema de la paz: canto lúgubre de la paz perdida por siempre es el infierno, dulce canto de la paz esperada es el Purgatorio, triunfal epinicio de paz eternamente y plenamente poseída es el Paraíso”.
En Dante brilla también el humanismo, que le viene desde la perspectiva tomista según la cual la gracia no destruye a la naturaleza, sino que la perfecciona. En el Poeta florentino “todos los valores humanos (intelectuales, morales, afectivos, culturales, civiles) son reconocidos y exaltados”. Ello se hace más y más real mientras se sumerge en lo divino, pues “su humanidad se define todavía más completa y se perfecciona en el torbellino del amor divino”.
En esa perspectiva, Dante veía el mundo clásico como preparación al cristianismo. Por lo mismo, estaba muy lejos de ese modo de pensar que caracterizó una parte del Renacimiento, en el que “los valores humanos son considerados independientemente de Dios, y el humanismo llega a ser paganizante y pelagiano”.
Pablo VI toca brevemente lo que se refiere a las ideas políticas de Dante. Iglesia e Imperio (hoy diríamos, Iglesia y Estado) tienen la tarea de conducir a los hombres hacia la felicidad. El primer poder (Iglesia) se orienta a la felicidad celeste; el segundo (Imperio), a la temporal, “y como estas son diferentes, aunque subordinadas, así también cada una es independiente en su ámbito, y se evita la confusión de lo sagrado con lo profano, si bien se afirma la mutua colaboración, que in rebus fidei et morum [en los temas de fe y costumbres] es subordinación del Emperador al Sumo Pontífice; y los dos conjuntamente están al servicio de la res publica christiana”.
Luego, la carta apostólica “Altissimi cantus” ofrece diversas reflexiones sobre la poesía de Dante y sus relaciones con la teología y otros ámbitos del saber humano, al mismo tiempo que profundiza en cómo elaborar una buena y fecunda poesía religiosa.
“Y aquí aprovechamos la ocasión para exhortar a cultivar la poesía religiosa, tanto la coral, orientada al canto que recoge en sí los sentimientos de la multitud en la interpretación de las verdaderas voces de la naturaleza, en la celebración de las fiestas y de los grandes acontecimientos felices o tristes que ocurren, como en aquella que es expresión del alma en diálogo con la Realidad divina, que la hace vivir y la transciende”.
Ya casi al concluir su carta, Pablo VI recuerda la importancia de reconocer las relaciones que la filosofía y la teología tienen con la belleza, la cual permite que las valiosas enseñanzas de esas disciplinas estén al alcance de muchos. Los discursos difíciles y elevados son inaccesibles a los humildes (una multitud), los cuales, sin embargo, pueden nutrirse mejor de la verdad a través de la belleza. Eso es lo que hizo Dante, para quien “la belleza se convirtió en servidora de bondad y de verdad, y la bondad materia de belleza”.
Por eso, para terminar, el Papa invita a honrar al “altísimo poeta”, porque “pertenece a todos, ornamento del nombre católico, universal cantor y educador del género humano”. No duda en invitar a leer completa la “Divina comedia”, sin prisas, “con mente perspicaz y con meditación amorosa”.
Pablo VI mostró, a través de “Altissimi cantus”, el gran aprecio que la Iglesia dirige a uno de sus hijos, Dante Alighieri, que tanta importancia tuvo y tiene en el mundo de la cultura, como poeta y humanista, como filósofo y teólogo.
El documento del Papa Montini puede ser una excelente ayuda para las celebraciones del VII centenario de la muerte de Dante, pues conserva una actualidad sorprende, al ofrecer una síntesis de las riquezas contenidas en la “Divina comedia”, y al invitar a los hombres de cultura a promover esa belleza que facilita el acercamiento a las grandes verdades sobre Dios, sobre el mundo, y sobre el sentido definitivo de la existencia humana.