La Unión Internacional de Superioras Generales (UISG) se ha movilizado desde hace meses para promover la vacunación contra la COVID-19 a través de su rede de comunidades de religiosas en todo el mundo.
En primera línea junto a los más pobres, las religiosas pueden de este modo informar a la población, explica a I. Media la hermana Patricia Murray, secretaria ejecutiva del movimiento.
A dos pasos del Estado más pequeño del mundo, la UISG constituye sin lugar a dudas una de las instituciones que trabajan más cerca de la Santa Sede. Si bien no forma parte de la Curia romana, la red de religiosas es consultada frecuentemente por los organismos del Vaticano, y aún más en este período de crisis sanitaria.
Las religiosas son, en efecto, las primeras comprometidas en el terreno para luchar contra la pandemia y con frecuencia dirigen dispensarios y hospitales en lugares apartados, afirma sor Patricia.
Por este motivo, la UISG se ha movilizado para ayudar al Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral en este período de crisis.
“Difundimos la información del Dicasterio sobre las vacunas entre las comunidades del mundo entero para que tranquilicen a las poblaciones sobre los riesgos”, resume la religiosa irlandesa.
Más de dos mil superioras han sido solicitadas y explican a sus comunidades estos argumentos.
“A las personas les corresponde la decisión de vacunarse o no vacunarse”, reconoce la religiosa, “pero es importante que la vacuna sea accesible a todos y que las poblaciones estén bien informadas sobre los riesgos, así como sobre los beneficios”.
Si bien algunos “muestran lo negativo”, la Iglesia ha decidido “mostrar el aspecto positivo” de estas vacunas a la hora de ayudar a cada uno a tomar la decisión.
Ninguna congregación de religiosas se ha opuesto a esta campaña de comunicación, asegura la hermana irlandesa.
Ahora bien, reconoce que en ocasiones ha visto ciertos temores: “dado que por desgracia se han dado efectos colaterales negativos -como sucede con todas las vacunas–, algunos tienen miedo”.
Ahora bien, estos efectos no deseados no tienen punto de comparación “con el bien que hace la vacuna y la protección que ofrece a millones de personas”, argumenta. Comunicar sobre este argumento, asegura, es una cuestión de educación
“Accesible para todos”
“Si tenemos en cuenta los tiempos, las empresas que han producido las vacunas han hecho un gran trabajo”, analiza la consagrada.
Reconoce que todavía queda espacio para que estas vacunas sean totalmente “seguras”, pero al mismo tiempo constata: “no asumir las vacunas implica una pérdida de vidas humanas”.
Sensible a la suerte de los más frágiles y desfavorecidos, las comunidades de religiosas tratan de apoyar todas las iniciativas que favorezcan la equidad en la distribución de las vacunas, como es el caso del Fondo de Acceso Global para Vacunas COVID-19 (más conocido como COVAX, por sus siglas en inglés).
Se trata de una alianza impulsada por actores públicos y privados con el objetivo de garantizar el acceso equitativo a las vacunas que se logren desarrollar contra el coronavirus COVID-19.
“Cuando contamos con un bien común como éste, es necesario que sea accesible a todos, ricos o pobres”, asegura con fuerza sor Patricia Murray.
En las regiones más pobres del planeta, la necesidad de vacunarse es aún más grande, pues la población no puede aplicar las medidas de distanciamiento social, dado que con frecuencia las personas viven hacinadas en sus viviendas, constata la religiosa.
Pero hay muchos otros casos, poco conocidos, como el de algunas comunidades de la Amazonia, que nunca han escuchado hablar del virus. Sor Patricia reconoce la valentía de las religiosas que cada día afrontan kilómetros en canoa para sensibilizar a la población en la adopción de medidas de seguridad.
Desde Roma, la acción de las religiosas llega a las extremidades de la Tierra.
Claire Guigou– I. Media