Por P. Fernando Pascual

Para Aristóteles, la ciencia estudia las cosas que actúan siempre de la misma manera o, al menos, de un modo uniforme en la mayoría de los casos.

Así, distingue entre lo que es necesariamente siempre igual (una piedra es dura), o lo que la mayoría de las veces sería igual, pero con pequeñas variaciones (en el verano casi siempre hace calor, pero a veces llega un agradable viento fresco).

Esto se puede aplicar de un modo concreto al mundo de las innumerables medicinas y de las vacunas que usamos los seres humanos.

Una medicina tiene una serie de compuestos que son materiales y, por lo tanto, necesariamente se comportan como todo lo material: tienen masa, tienen peso, están sujetas a la generación y a la corrupción.

En cambio, los efectos del uso de las medicinas no son fijos ni iguales para todos, sino que en la mayoría de los casos coinciden, pero existen excepciones y variables que explican efectos no siempre deseados.

Esos efectos no deseados, tal vez minoritarios, que pueden provocar daños colaterales en algunas personas, eran vistos por Aristóteles como “accidentes”.

Esa palabra, “accidentes”, no hay que entenderla como la entendemos en el lenguaje común, si bien ese lenguaje común tiene algo de aristotélico. Para Aristóteles, accidente es simplemente lo que ocurre no necesariamente ni en la mayoría de los casos. Por ejemplo, como ya dijimos, cuando en el verano tenemos un día fresco.

El mundo farmacéutico sabe que existen accidentes en quienes consumen esta pastilla para el dolor de cabeza, o para la alergia, o para superar una infección intestinal. Normalmente, esos accidentes son minoritarios, pero no por ello pierden su dramatismo: en ocasiones una pastilla puede provocar daños muy graves o incluso la muerte de una persona.

También existen accidentes en el uso de vacunas, como la experiencia de los últimos meses ha mostrado, incluso con resultados fatales que sorprenden, que crean inquietudes al difundirse en prensa o redes sociales, que llevan a un dolor inmenso a los familiares que han visto morir a quien, en aparente salud, buscaba seguridad con una vacuna.

Todo ello, según Aristóteles, tiene su origen en lo propio del mundo material: siempre está abierto a lo indeterminado. Porque, según enseñaba el famoso filósofo griego, todo lo que tiene materia puede comportarse de manera imprevisible en algunos casos, aunque sean poco frecuentes.

Por ello, continuaba Aristóteles, no existe ciencia de los accidentes. Ciertamente, en la caja de unas pastillas podemos leer que provoca, en un porcentaje bajo de casos (por ejemplo, el 1%) dolores de cabeza o nauseas; pero ello no nos permite saber si causará esos efectos en esta persona concreta, o si causará otros efectos, previsibles o no previsibles.

Tener presente estas reflexiones del mundo antiguo puede servirnos de ayuda para tener una sana prudencia, a la hora de usar una medicina o recibir una vacuna; y para reconocer que nunca seremos capaces de descifrar las mil variables que rodean nuestras vidas y que generan accidentes imprevisibles, también cuando consumimos un producto farmacéutico.

Lo cual no significa dejar de ser responsables ante lo que hacemos o lo que dejamos de hacer (también hay accidentes para quien renuncia a una medicina o una vacuna), sino aceptar que en la vida hay un horizonte de indeterminaciones con las cuales tenemos que convivir de modo realístico y sereno.

Imagen de Arek Socha en Pixabay

Por favor, síguenos y comparte: