Domingo 1º de Agosto de 2021 XVIII Tiempo ordinario Jn 6, 24-35
Por P. Antonio Escobedo c.m.
El tema de la primera lectura y del evangelio del día de hoy es el pan. Aquél que Dios concedió a Israel en el desierto y que Cristo multiplicó también en el desierto para la multitud.
La primera lectura tomada del libro del éxodo narra el momento cuando el pueblo Israel empezó a experimentar la dureza del desierto y la incertidumbre del destino, y se desanimaron. Se rebelaron contra Moisés y añoraron la olla de carne de Egipto. ¡Qué pronto olvidaron la poderosa intervención de Dios que les liberó de la esclavitud del desierto! El peor obstáculo que tuvo la liberación del pueblo elegido no fue el faraón o los enemigos que encontraba en el camino, era el mismo pueblo.
A pesar de todo, Dios sale en su ayuda y les proporciona la bandada de codornices que les provee de carne abundante y el maná (en hebreo “man-hu”, que se puede traducir como “¿qué es esto?”) que era una especie de rocío o de resina comestible de un árbol parecido al tamarisco.
Lo que le sucedió a aquel pueblo les sucede también a muchos de nosotros: añoramos la esclavitud de Egipto, es decir, nos conformamos con cosas materiales que son el alimento que parece. Lo malo no es tener hambre, sino dejar de tener hambre de las cosas que valen la pena, olvidar que nos falta el auténtico pan. El problema es quedarse satisfecho de “la olla de carne” que se nos ofrece fácilmente rechazando el alimento que nos da vida que se consigue con sacrificio en medio del desierto.
En el evangelio, Jesús no contesta a la pregunta que le hace la gente sobre la forma como llegó hasta ese lugar. A Él le interesa sacar pronto las consecuencias de la multiplicación de los panes, relato que leímos el domingo pasado. Por eso les conduce a la comprensión del pan verdadero. Distingue el alimento que parece, que es el que va buscando a la gente, del alimento que perdura para la vida eterna que es el que Jesús quiere darles. El verdadero pan no fue el maná que les dio Moisés, sino el que Dios nos da ahora mismo al enviar a su Hijo.
Jesús hace claramente la distinción entre el pan material y el espiritual. La gente no pasa fácilmente del uno al otro, se quedan admirados y agradecidos porque han podido comer pan, pero no llegan a la conclusión a la que Señor los quiere conducir. Debemos subrayar que a Él le interesa que la gente no se quede en el milagro, sino que lo sepa interpretar en su significado de fe: el auténtico pan no es el maná, sino Cristo en persona que se entrega.
En nuestro mundo, sigue habiendo personas que caminan por el desierto, a veces cargados de preocupaciones, con crisis más o menos profundas. Hay muchas clases de hambre, además del material: hambre de amor, de felicidad, de verdad, de seguridad, de sentido de la vida. Dios vuelve a estar cerca y se preocupa de dar su pan a los cansados. Ese pan es su Hijo.
¿Tenemos hambre de Cristo? ¿Deseamos ese pan o nos conformamos con otros panes que nos sacian por un momento?
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de agosto de 2021 No. 1360