Por Jaime Septién
La extrema sensualidad que envuelve a los niños, obliga a enfrentarla con armas diferentes al regaño, la prohibición, el castigo, el aislamiento. La pandemia ha venido a potenciar la exposición desde temprana edad a contenidos no solo no aptos para menores de edad, no aptos para ninguna edad.
La importancia alcanzada por la comunicación digital es indudable. Para la gran mayoría, es el principal instrumento informativo, formativo, orientador e inspirador de sus comportamientos individuales, sociales y familiares. Tenemos que tomar muy en cuenta esto cuando enfrentemos el fenómeno actual de la transmisión de valores en la familia. Ya no es ésta, por desgracia, la principal transmisora de valores a los niños. Ni la Iglesia ni la escuela.
Las nuevas generaciones han crecido con las redes sociales. No reconocerlo es querer taparnos los ojos. La familia está, por así decirlo, “secuestrada” por las pantallas. Siempre se pregunta: ¿hay alguna solución? Mire usted por dónde: tras casi cuarenta años de escribir sobre esto, he llegado a dos propuestas para el interior del hogar. Una es gratuita: la conversación. La otra cuesta un poco: la buena lectura. Los valores cristianos no entran por imposición. Entran por persuasión. Lo que hay que enseñar (enseñándonos nosotros) es a que aprendan los niños a distinguir –y a seguir– lo que es valioso por sí mismo. Algo más: los valores no son nada si no hay alguien que diga “yo”. Para contrarrestar la obsesión comercial de arrancarle la infancia a los niños, comencemos –los mayores–por asumir el modo de vida que nos enseña nuestra fe.
TEMA DE LA SEMANA: CUIDAR EL PARAÍSO; DEJAR A LOS NIÑOS SER NIÑOS
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 25 de julio de 2021 No. 1359