En el municipio de Aguililla, Michoacán el crimen organizado, las autodefensas y los desplazados son el común denominador que civiles e instituciones urgen detener y atender.

Para Felipe Monroy, periodista, escritor y director del portal VC Noticias, la situación que se vive en Aguililla es una expresión extrema de lo que ocurre en muchas regiones de México que dejan como resultado: migración y muerte. Ante ello, considera que la Iglesia, como cualquier institución, debe mantenerse como mediadora de paz.

Por Rubicela Muñiz

Felipe, en la situación de Aguililla, Michoacán, de violencia, muerte y corrupción, la Iglesia está jugando un papel importante. ¿Debe ser mediadora en asuntos tan delicados?

▶ Me parece indispensable que todas las estructuras intermedias de la sociedad sean mediadoras en procesos de degradación sostenida como las que se ven en varias regiones de México: empresas, negocios, centros educativos, iglesias, asociaciones civiles y medios de comunicación tienen un papel sustancial en la pacificación y reconstrucción del tejido social dañado.

En particular, la Iglesia católica -por su presencia y estatura moral que aún conserva entre la población- suele ser una pieza fundamental en la mediación de conflictos sociales desde aquellos menores hasta los de gran dimensión e impacto cultural. Sólo existe una tara actitudinal entre algunos liderazgos religiosos que puede contaminar y menoscabar la oportunidad de la mediación: cuando por connivencia o contubernio se favorece a los poderes temporales por encima de las necesidades del pueblo o la dignidad de las personas.

Lo expresó contundentemente el papa Francisco en su visita a México cuando dijo a los pastores católicos: “No se dejen corromper… por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los carros y caballos de los faraones actuales”.

Esta población asediada por el crimen recibió la visita del nuncio apostólico, Franco Coppola, el pasado mes de abril y este fue claro: “La mafia florece donde el estado no está”.

▶ Antes de esta declaración, el Nuncio ya había platicado con el obispo de Apatzingán, Cristóbal Ascencio; pero también recibió los testimonios de algunos sacerdotes que trabajan en la región como Gilberto Vergara, José Luis Segura y Salvador Sánchez.

Finalmente, constató la gravedad de la situación en primera persona y a pie de carretera mientras los funcionarios federales y altos mandos militares acuden a Aguililla en helicóptero. La conclusión del Nuncio fue evidente: las diferentes expresiones del crimen y la mafia obran a sus anchas cuando el poder legítimo del Estado se ausenta o apenas atisba desde las alturas las heridas del pueblo. Sin embargo, después de la visita del Nuncio, la descomposición de la convivencia en Aguililla empeoró con un conflicto en el que pobladores y militares se agredieron mutuamente de formas crueles y criminales. Así que me aventuraría a asegurar que no sólo florece ‘una mafia’ entendida como grupo criminal en la ausencia del Estado, florece ‘la mafia’ como actitud de discordia, combate o corrupción moral incluso entre el pueblo y las instituciones.

El papel del párroco Gilberto Vergara García ha sido clave, ha sido la voz ante las autoridades, ante los medios, la voz del pueblo, ¿corre peligro?

▶ Sí, lamentablemente. No sólo por su papel de intermediación entre instituciones sino por su intervención directa en las afectaciones más sensibles de la población al ofrecer consuelo, escucha, reconciliación, perdón y esperanza. Es decir, no sólo por la denuncia de la gravedad de la situación sino por el anuncio de una realidad en la que todos tienen dignidad y derecho.

Como sacerdote no busca la ‘erradicación de los malos’ sino el desapego al mal y la conversión hacia el bien, tanto de los criminales como de los corrompidos; busca la auténtica fraternidad antes que la ‘dictadura del orden’ venga del poder legal o de los poderes fácticos.

¿Crees que se alcance pronto la estabilidad de este conflicto que lleva años?

▶ Me parece que, por lo menos en el discurso, hay una renovada conciencia sobre las causas que fomentan la violencia y el crimen en México. Más allá de la confrontación directa sí creo que es indispensable la construcción de nuevas relaciones sociales que promuevan la dignidad de la vida humana, del trabajo, de la fraternidad y la cooperación. Bien se dice que sólo enfrentándonos al mal, ni se termina el mal ni se siembra el bien.

Creo que las últimas estrategias de pacificación han fallado por la misma razón: No han sabido conectar ni conciliar esfuerzos con las estructuras intermedias de la sociedad; todo se ha reducido a una acción directa del Estado contra el crimen o una acción directa del Estado en el subsidio a pobladores. Sólo tengo conocimiento de un esfuerzo a nivel nacional que involucra a todos los entes sociales: El colectivo ‘Michoacán Humanitario’ que involucra a autoridades civiles, iglesias, empresarios, profesionistas, centros educativos, medios de comunicación, asociaciones civiles y políticas, fundaciones y voluntariado en la reconstrucción del tejido social. Estos trabajos son difíciles, pero creo que son opciones de estabilidad a mediano o largo plazo.

El clamor de la Iglesia es por la población en la orfandad y los daños ocasionados a la economía, ¿hasta dónde debe llegar su participación?

▶ Desde la dimensión mística y espiritual, la Iglesia católica puede y debe rezar por la paz y la esperanza, anunciar la Buena Nueva y proclamar la fe incluso en el peor de los mundos.

Pero también creo que los católicos estamos llamados a auxiliar directamente al prójimo y a nuestra comunidad, lo ha expresado el Papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti: “Que resurja nuestra vocación de ciudadanos del propio país y del mundo entero, constructores de un nuevo vínculo social… No es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede ‘a un costado de la vida’. Esto nos debe indignar, hasta hacernos bajar de nuestra serenidad para alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad”.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 25 de julio de 2021 No. 1359

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