Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro
Los custodios del depósito de la fe y de sus legítimas manifestaciones en la iglesia son los obispos en comunión con el Papa, el obispo de Roma. Su máxima autoridad es el Concilio ecuménico. Lo ordenado por el Vaticano II debe ponerse en práctica tanto por el Papa como por los Obispos, y obedecido por los fieles. Es la “obediencia de la fe” para salvarse.
El Misal es el libro oficial de la oración pública de la Iglesia. Expresa la auténtica fe de los apóstoles, según oraba y enseñó a orar Jesucristo. Por eso, el libro del Misal romano se pone sobre el altar, junto al Cuerpo de Jesucristo, y se suele acompañar del libro de los Evangelios. Es Jesucristo quien nos enseña a orar. Nada más. La “piedad popular” es legítima y de gran provecho espiritual si no contradice la fe de la Iglesia, como hacen los mitos y las supersticiones.
El Misal no ha variado en su contenido de fe, pero sí en sus expresiones culturales según las diversas épocas de la historia. Los misales suelen incluir documentos de los papas y concilios, para autentificar las variaciones adoptadas. El papa san Juan XXIII introdujo la mención de san José en el canon romano. La edición del misal ahora obligatoria, es la ordenada por el papa san Pablo VI, edición riquísima, pero todavía poco conocida y mal utilizada. Su desconocimiento y la consiguiente incuria convierten, a quienes deberían ser servidores y promotores de la recta doctrina, en sus distorsionadores de profesión. Esos tales sirven de apoyo a los injustos reproches que suelen hacerse al Papa y a las reformas conciliares. Hacen mucho mal.
La edición del Misal romano de uso obligado se ha traducido en todos los idiomas modernos, bajo la vigilancia de los auténticos “custodios de la tradición”, el Papa y los Obispos. Su riqueza es impresionante, pero todavía inexplorada. Por eso escribía el Presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia en la edición mexicana del misal: “Hay que conocer el Misal para usarlo y no usarlo para conocerlo”. Esta edición ofrece un riquísimo apéndice con formas aprobadas para las diversas necesidades de los fieles, sin tener que acudir a improvisaciones arbitrarias. Allí se incluyen los textos anteriores del misal romano o “misa en latín”, de cuyo posible uso litúrgico se ocupa ahora el Papa Francisco en su reciente “Carta Apostólica” del 16 de julio.
El Papa nos recuerda que los libros litúrgicos promulgados por los santos pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano. Son obligatorios. Al obispo diocesano es a quien corresponde la regulación de las acciones litúrgicas en su propia diócesis, y sólo él puede autorizar el uso del texto latino del misal preconciliar; no debe permitirse en los templos parroquiales, sino sólo a grupos particulares cuya intención no sea oponerse al Concilio, ni satisfacer gustos particulares, sino auténticas necesidades espirituales. De esto juzgará prudentemente el obispo diocesano, y sólo él podrá autorizar al sacerdote encargado de estos casos. Deberá saber y comprender el latín. Todo esto se ordena y manda para conservar la fe y la unidad de la Iglesia, por la que oró Jesucristo.
El uso de la lengua vulgar en la liturgia es un avance notable en la vida cultural de la Iglesia, pero no basta la traducción si no existe la comprensión de la palabra. Y toda palabra es como una semilla cargada de vida, máxime la Palabra de Dios: “Tus palabras, Señor, son Espíritu y Vida”. No basta pronunciarlas, sino hacerlo guiados por el Espíritu para que produzcan Vida.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de agosto de 2021 No. 1364