Por P. Fernando Pascual
Encontramos personas que nos resultan importantes, significativas, en lo bueno y en lo malo. Encontramos también personas que nos parecen marginales, ajenas a nuestra trayectoria y a nuestros amores.
Eso ocurre en el tren o el autobús. Miradas anónimas, personas que entran y salen. De repente, un rostro conocido, un gesto de sorpresa, un saludo, palabras que fluyen con alegría.
En el camino de la vida hay encuentros que se pierden en el olvido. El revisor ve rostros y rostros. Apenas se fija en unos, mientras que ante muchos otros su vista pasa con velocidad indiferente.
De repente, un rostro concreto queda como grabado en nuestro corazón. Quizá es la primera vez que vemos a esa persona, pero nos interpela por su dolor, o por su dignidad sorprendente, o por su mirada triste y cansada, o por su radiante euforia.
Al pensar en tantos encuentros, puedo darme cuenta de que muchos se encuentran conmigo y me miran como yo miro a los demás. Para la mayoría, supongo, soy un desconocido que no suscita ningún interés. Para pocos, según me parece, puedo parecer simpático o antipático, digno de respeto o, por desgracia, alguien mezquino y despreciable.
Entre los miles y miles de encuentros en el camino de la vida, en ocasiones se asoma el recuerdo de un Dios que es Padre, que nos ha creado, que cuida de los petirrojos y los lirios, que envía su lluvia a buenos y malos.
Entonces, me pregunto: ¿Cómo le miro? ¿Cómo me mira? ¿Qué significa para Él “encontrarse” conmigo? ¿Qué significa para mí encontrarme con Él? ¿Cómo mira ese Dios a los que yo miro con aprecio o a los que dejo atrás en el olvido de encuentros considerados sin valor alguno?
Hoy me cruzaré con rostros conocidos o extraños, con labios que sonríen o que muestran una preocupación profunda, con ojos que se apartan de los míos, o que me clavan una mirada de curiosidad, de desprecio o de un cariño inesperado.
La vida sigue su curso. Los encuentros dejan algo en mi vida y en la vida de los que se han cruzado en mi camino. Mientras el sol sucumbe para dejar el paso a la noche, todos hemos avanzado un poco hacia un encuentro que será definitivo: con el Padre de los cielos que ama, hasta la locura, a cada uno de sus hijos…
Imagen de Olexy @Ohurtsov en Pixabay