Por Roberto O’Farrill Corona

El apóstol Judas Tadeo, descendiente de la estirpe real de David, era primo-hermano de Jesús, pues su padre, Cleofás, era hermano de san José, y su madre, María de Cleofás, era prima de la Virgen María.

Después de haber instituido la Sagrada Eucaristía en la Última Cena, cuando Cristo prometió que se manifestaría a quienes le escuchasen, Tadeo le preguntó por qué no se manifestaba a todos por igual, en una cuestión de gran actualidad, pues pensamos que al mostrarse a sus adversarios les mostraría su divinidad real. El Señor le respondió: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y pondremos nuestra morada en él” (Jn 14, 22-23), lo que significa que a Cristo hay que verlo y percibirlo con el corazón para que Dios pueda vivir en nosotros, pues el Señor no se presenta como una cosa. Él quiere entrar en nuestra vida y por eso su manifestación implica y presupone un corazón abierto. Sólo así vemos al Resucitado.

Judas Tadeo es el autor de una de las epístolas católicas, llamadas así por no estar dirigidas a una iglesia local determinada, sino a un círculo mucho más amplio de destinatarios, a quienes exhorta a luchar valientemente por la fe que ha sido dada a los santos. La carta es una severa amonestación contra los falsos maestros y una invitación a conservar la pureza de la fe.

Tadeo llevó el anuncio del Evangelio a varios lugares de Judea, Mesopotamia y Persia, donde fundó varias iglesias o comunidades cristianas.

Tras varios viajes regresó a Persia, donde junto con el apóstol Simón el Cananeo combatió las herejías de los sacerdotes idólatras Zaroes y Arfexat, quienes acompañados de una turba, los aprehendieron en casa del discípulo de nombre Semme, en la ciudad de Suamyr, en Persia.

Luego de ser golpeados hasta la sangre, a Simón lo cortaron en dos con una gran sierra, y a Tadeo lo decapitaron con una hacha, el atributo distintivo de su iconografía. Era el 28 de octubre del año 70. Tras su martirio, el templo idólatra de Suamyr se derrumbó.

Su cuerpo fue sepultado en Babilonia, de donde, tras varios siglos se trasladó a Roma para colocar sus reliquias, junto con las del apóstol Simón el Cananeo, en la Basílica Vaticana, en el altar dedicado a ambos. Su festividad se celebra el 28 de octubre.

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El apóstol Simón, por su parte, es llamado “El Zelota” por el evangelista Lucas en tanto que Marcos y Mateo se refieren a él como “El Cananeo” por ser originario de Caná de Galilea, y es también, con mucha probabilidad, la misma persona a la que se le conoce como “Simeón de Jerusalén”, un pariente cercano de Jesús.
Es posible que Simón haya formado parte de los Zelotas, el grupo de resistencia judía a la ocupación romana, aunque cabe la posibilidad de que este apelativo correspondiese a un celo ardiente, en la personalidad de Simón, por la identidad judía, por Dios, por su pueblo y por la Ley divina.

Una antigua tradición oriental sostiene que Simón era el novio de la boda a la que Jesús acudió en compañía de su madre, la Virgen María, boda en la que el Señor hizo su primer milagro al convertir el agua en vino, milagro con el que comenzó su manifestación mesiánica a pedido de la Virgen María, referido por Juan en el Evangelio con estas palabras: “Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara el vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: -No tienen vino. Jesús le responde: -¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora. Dice su madre a los sirvientes: -Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 1-5).

Luego del acontecimiento de Gracia ocurrido en Pentecostés, Simón marchó a Mauritania, en el norte de  África, y luego a Siria y a Gran Bretaña.

Al final de su vida, combatió a los herejes de Persia junto con el apóstol Judas Tadeo, donde murió mártir, en la ciudad de Suamyr, en el año 70, partido por la mitad con una gran sierra, el atributo distintivo de su iconografía.

Su cuerpo fue sepultado en Babilonia, y luego de varios siglos se trasladó a Roma para colocar sus reliquias, junto con las del apóstol Judas Tadeo, en la Basílica Vaticana, en el altar dedicado a ambos. Su festividad se celebra el 28 de octubre.

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