Por Tomás de Híjar Ornelas
Los insultos, majaderías, ofensas y ataques irracionales
del gobierno obregonista contra el pueblo mexicano
–que empeoraron con su protervo sucesor–,
desembocarían inevitablemente en una escalada de hostilidades
y luego en una sangrienta y larga guerra civil.
María Palomar
Al día siguiente de que se cumplieron 100 años del atentado sacrílego más doloroso para la fe católica en México, maquinado desde la Presidencia de la república por su titular en ese momento, Álvaro Obregón, y a la vuelta de no muchas horas de concluir la CXI Asamblea de la Conferencia del Episcopado Mexicano, en la que resultó reelecto para el trienio 2021-2024, el Nuncio apostólico en el país, don Franco Coppola, hizo público que la Santa Sede le pide pase a Bélgica a desempeñar esa encomienda.
Nada de lo apenas dicho tiene una relación directa entre sí pero tampoco no hay entre lo apenas aludido un hilo conductor, el de la providencia divina, que tiene sus tiempos y modos ajustados para sus fines máximos y supremos, los de la fraternidad universal.
Con toda intención, provocadora y maliciosa, cerré el párrafo anterior con dos palabras que causan escozor a no pocos que las relacionan lo mismo con círculos anticlericales muy cerrados que con otros donde la presencia de clérigos parece darle legitimidad a acciones disolventes para los fines últimos del Evangelio, alcanzar la salvación eterna.
Y lo hago para fijar la atención en el Mensaje al Pueblo de Dios de la CXI Asamblea Plenaria de la CEM, del 10 de noviembre del 2021, ya reelecto para presidir la CEM el arzobispo de Monterrey, don Rogelio Cabrera, con motivos más que sobrados para recibir de pares, de nuevo, el aval de su confianza.
En su primer párrafo, el mensaje ofrece una radiografía social del país y lanza el deseo de “caminar con las familias y sus historias de vida, para aprender a ser una Iglesia abierta, sinodal, samaritana y en salida”.
Da cuenta en el que sigue de la renovación de cargos de la CEM para este trienio (80, casi tantas como mitrados) y los pone a disposición de quienes “han experimentado los estragos de la muerte de amigos y familiares; los que siguen cayendo en la pobreza, los que han perdido su seguridad social, laboral y alimenticia, los migrantes forzados, los desaparecidos y los seducidos y atrapados por el crimen”.
Se detiene luego en un planteamiento muy fino que denomina ‘un cambio de mentalidad’ respecto a la responsabilidad que todos tenemos “en ese caminar unidos”, a despecho “del individualismo, la codicia y el egoísmo”, alentando “ambientes de comunión y unidad”. En ese marco se anuncia la Asamblea Eclesial de América Latina.
La parte medular del Mensaje propone para alcanzar lo anterior la acción de ‘encontrarnos’, ¿Quiénes? “los obreros, campesinos, intelectuales, estudiantes, empresarios, políticos, artistas, médicos, deportistas, jóvenes, migrantes, consagrados” a fin de recorrer un camino sinodal que nos haga capaces de “abrirnos a un diálogo sincero y enriquecedor cargado de verdad y de atenta escucha, acogiendo la riqueza del otro, para llegar a vernos como hermanos y establecer lazos de amistad social”.
“Haciendo a un lado la indiferencia, la exclusión y el rechazo del otro”, concluye el Mensaje, urge “reavivar los valores cristianos del Evangelio, que transforman la cultura: el amor y el respeto a la vida, la dignidad de la persona, la justicia, la paz y la libertad religiosa y de conciencia”. ¡Todo un programa para un plan de vida! Pero muy actual, necesario y hasta novedoso desde la trinchera de la CEM, aunque distintivo del liderazgo de don Rogelio Cabrera.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de noviembre de 2021 No. 1376