Por José Ignacio Alemany Grau, obispo

Reflexión homilética del 9 de enero de 2022

En este domingo la liturgia nos habla de la segunda epifanía de Jesús, es decir, el bautismo.

Si fue importante el meditar la revelación del Verbo encarnado a los Magos, hoy es más importante todavía la revelación de la Santísima Trinidad en su  mayor misterio.

Un Dios y tres Personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Isaías

El capítulo que hoy leemos da comienzo al segundo gran profeta con el nombre de Isaías, que es uno de los tres grandes profetas autores del libro que lleva este título de Isaías.

Este autor escribe durante el destierro. Consuela y canta y trata del siervo del Señor, que representa al pueblo de Israel, y que los Padres lo aplicaron al Mesías, a Jesús, por la fuerza y la semejanza con el evangelio de la pasión y muerte de Cristo.

De ahí que esta parte se llama el Libro de la Consolación.

En realidad, desde el comienzo dice así:

«Consolad, consolad a mi pueblo». Lo hace con unas palabras que realmente tocan la conciencia de los desterrados a quienes escribe el profeta: «Hablad al corazón de Jerusalén».

Las dos ideas fundamentales del párrafo de hoy son: «el Señor librará a Israel de sus pecados, se ha cumplido su servicio y está pagado su pecado».

En segundo lugar se presenta al Señor con gran poder:

«Aquí está vuestro Dios. Viene con el salario y su recompensa lo precede».

Posiblemente este es el motivo para que la liturgia nos traiga, el día del bautismo de Jesús, este párrafo.

El Señor que viene a consolar a Israel lo hace como el pastor que cuida todo su rebaño.

Salmo 103

Nos habla de la admiración del salmista que hace brotar en él una serie hermosa de alabanzas y agradecimientos que nos ayudarán a hacer nuestra oración:

«Bendice, alma mía, al Señor. Dios mío qué grande eres…

Cuántas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con sabiduría. La tierra está llena de tus criaturas».

Tito

El apóstol San Pablo invita a Tito para que en su predicación prepare a los fieles enseñándoles que renunciando a toda impiedad «llevemos ya desde ahora una vida sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo».

Evidentemente, lo que pretende la liturgia al presentarnos esta lectura es que vivamos preparados porque el Señor se manifestará.

Algo así como lo hace hoy revelándonos el misterio de la grandeza de la Santísima Trinidad.

Verso aleluyático

Nos recuerda las palabras de Juan que nos dice la diferencia entre su bautismo (de agua) y el de Jesús que «los bautizará con Espíritu Santo y fuego».

Evangelio

Corresponde a nuestro compañero del ciclo C, San Lucas. El evangelista nos cuenta  que cuando el pueblo acudía a Juan para bautizarse, Jesús se mezcló entre la gente y,  en el momento en que estaba orando el Señor, «se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre Él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”».

Aquí se manifestó la Santísima Trinidad por primera vez: la voz que es del Padre, la paloma que es un símbolo del Espíritu Santo y el Hijo que está orando en el Jordán después de bautizarse.

Esta es la gran epifanía que hoy recordamos ya que nos manifiesta el misterio más grande del cristianismo que es la Santísima Trinidad.

Adoremos con gratitud este sublime misterio y que en nuestra vida sea siempre la más importante de todas nuestras devociones.

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