El presbítero Gilberto Hernández García, responsable de la Pastoral social y director de Cáritas Tuxtla, nos ofrece un panorama de la situación migratoria en Chiapas y el trabajo constante de la Iglesia para salvaguardar los derechos de las personas en tránsito
Por Rubicela Muñiz
Padre Gil, con el aumento en el tránsito de migrantes parece que se desvanece la ilusión de una migración regular, ordenada y segura.
▶R Esta es la aspiración, no sólo de las personas migrantes, sino de quienes deseamos un mundo más fraterno; seguirá siendo el reclamo de muchas personas, es un deber de humanidad. No importa el tamaño del flujo migratorio, si hay el verdadero interés por atender la crisis humanitaria que está presente, entre otros lugares, en la frontera sur de México, lo importante es adoptar los mecanismos legales para salvaguardar la integridad, la vida y la dignidad de estos hermanos nuestros.
El Papa Francisco ha sido muy claro en su constante llamamiento, por ejemplo, cuando se impulsó el Pacto Mundial de Migración, pidiendo a los gobiernos del mundo para que se “opere con responsabilidad, solidaridad y compasión con respecto a quien, por diversos motivos, ha dejado su propio país”.
Usted no está cerca del área en crisis, que es Tapachula, pero, ¿cómo se da la cooperación para apoyar a esta diócesis?
▶R En realidad, todo el estado de Chiapas está en esta situación de crisis humanitaria por las personas migrantes; desde luego, hay zonas donde es más palpable el flujo de migrantes, puntos donde se concentran porque son ciudades significativas, como San Cristóbal o Tuxtla, donde buscan abastecerse de algunos recursos. O las zonas de tránsito, como la costa que los lleva a Oaxaca, la zona frailesca –que atraviesa la arquidiócesis de Tuxtla-, y la zona de Los Altos y Los Bosques que llevan hacia Tabasco. Aunque el foco de la crisis está en Tapachula y sus alrededores.
Nosotros, en la provincia eclesiástica de Chiapas, en el tema social y de ayuda humanitaria, tratamos de actuar en conjunto. A mí me toca la animación provincial de la pastoral social, y en el caso concreto de la Pastoral de la Movilidad Humana contamos con un coordinador, el padre César Cañaveral, de la diócesis de Tapachula; junto con él y las comisiones de migrantes de San Cristóbal y Tuxtla, vamos buscando las maneras en que podemos colaborar para darle acompañamiento a las personas migrantes en su tránsito por suelo chiapaneco. La red de casas de migrantes juega un papel muy importante en esta misión. Desde luego nos hace falta una mejor articulación, pero ya hemos dado pasos significativos.
Este tránsito descontrolado se ha vuelto peligroso para los propios migrantes y para los chiapanecos, ¿cómo ha mediado la Iglesia esta situación con las autoridades?
▶R En este sentido, las parroquias que están en las diferentes rutas que cruzan los migrantes, hacen una labor de concientización entre los fieles para que no vean al migrante como un delincuente, como un enemigo, sino como un hermano en necesidad que, a veces, en su debilidad humana, presionados por las circunstancias, adoptan actitudes antisociales; es una constante llamada a la comprensión y la compasión.
En cuanto a las autoridades, como en la mayoría de los casos se trata de pueblos pequeños, la misma voz de los párrocos les llega con las mismas exhortaciones para el buen trato y el respeto a los derechos humanos. En el caso de las instituciones policiacas o del Instituto Nacional de Migración, ahí el diálogo es más complicado, sin embargo nuestros obispos han dicho su palabra en diversas ocasiones, dirigiéndose a esas instituciones.
¿Hasta dónde llega la responsabilidad de la Iglesia con los migrantes?
▶R Entendida como la comunidad de pastores y fieles, la Iglesia tiene una responsabilidad muy importante: en principio, como en toda emergencia, es apoyar en la asistencia humanitaria, Iglesia samaritana que acoge, cura y acompaña, como lo ha pedido el Papa Francisco. Segundo, darle visibilidad al drama cotidiano que viven las personas migrantes a su paso por Chiapas, por todos los medios, en las homilías, en los grupos parroquiales, en los medios de comunicación. Tercero, seguir siendo esa voz profética que denuncia la corrupción en torno a este tema.
Somos conscientes que en gran medida el complejo fenómeno de las migraciones debe ser atendido por los gobiernos, creando mecanismos con sentido humano, que favorezca una migración segura; y la Iglesia debe estar ahí, observando e impulsando las estrategias que respeten la dignidad de los migrantes.
¿Cuál sería la solución: arrestarlos o dejarlos continuar con su éxodo?
▶R Es una pregunta muy compleja. Reprimirlos o arrestarlos nunca será la solución. A la base está el derecho humano a la movilidad, a la búsqueda de una vida mejor. Los estados tienen la obligación de proteger las vidas en peligro. La mayoría de los migrantes salen de su tierra movidos por la necesidad, por el hambre, por la violencia…
Cuando haces presencia entre los hermanos que están varados en Tapachula te das cuenta que es una situación muy compleja, dramática, que nos habla del fracaso del sistema neoliberal para crear oportunidades para todos… la solución no es fácil. Y aun así mantenemos la esperanza.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de enero de 2022 No. 1384