Por Martha Morales
Los sentimientos de dolor y no perdón lastiman al ofendido y al ofensor, al que no quiere perdonar, y al que ha provocado la ofensa. La ofensa de un hermano –o un cónyuge o padre de familia- provoca en mi persona una herida, que muchas veces sólo Dios puede restañar. Y esto se traduce, con cierta frecuencia, en dejarle de hablar a ese hermano y en darle vueltas a la ofensa, provocando odio y rencor.
Heráclito de Éfeso escribió: Hay que mostrar mayor rapidez en calmar un resentimiento que en apagar un incendio, porque las consecuencias del primero son infinitamente más peligrosas que los resultados del último; el incendio finaliza abrazando algunas casas a lo más, mientras que el resentimiento puede causar guerras crueles con la ruina y destrucción total de los pueblos.
El resentimiento aparece ante una ofensa, supuesta o real. Este resentimiento consiste en volver a sentir, pero tratando de no sentir, y conlleva ira y enojo. “El resentimiento es ira reprimida”. Es como un veneno que altera la salud interior. Cuando hay resentimiento, dice Gloria Eva, “estamos siempre de mal humor, nos quejamos de todo, nos volvemos sarcásticos e hirientes, todo criticamos, todo nos parece mal”.
El resentimiento nos lleva a culpar y responsabilizar a otro por las aflicciones personales, por la ofensa o por la falta de alegría, y no se busca la respuesta dentro de uno mismo.
Si hay un enfermo en casa o un dolor, se disimula, se tapa esa molestia para que no duela. Se entierran los sentimientos que afligen y eso da como fruto el rencor, por falta de valentía para afrontar los problemas. Se guarda el sentimiento o la ofensa, no se perdona, se queda dentro y se vuelve a experimentar una y otra vez, aunque el tiempo transcurra. Así, poco a poco, esa persona se vuelve antisocial, agresiva y desconfiada. Piensa que todos la agraden.
Cuando se habla de lo que se lleva dentro, la persona piensa con más profundidad con ayuda de alguien que la escucha. Al describir el enojo, éste pierde fuerza, y disminuye su influencia en nosotros. Si una persona está muy dolida y enojada, puede escribir lo que siente y romperlo una semana después. Es importante liberar el sentimiento de manera adecuada. A muchas personas les ha ayudado hacer verdadera oración: Contarle a Dios, con el corazón en la mano, lo que afecta.
A veces no se aceptan las propias circunstancias o limitaciones, la falta de dinero, de poder o de conocimiento. En realidad, las situaciones vividas desde la infancia hasta la madurez son las que más nos han convenido, aunque no lo entendamos del todo. Dios es providente.
El resentimiento, dice Francisco Ugarte, “es quizás el peor enemigo de la felicidad porque impide enfocar la vida positivamente y aleja a la persona del bien que le corresponde como ser humano”. Y continúa: “La tendencia a girar en torno a sí, a convertir el propio yo en el centro de los pensamientos y en el punto de referencia de todas las acciones se llama egocentrismo y es el principal aliado del resentimiento”.
Lo determinante en el resentimiento no radica en la ofensa, sino en la respuesta personal. Hay que pensar, ¿qué motivos tuvo mi agresor para agredir? Generalmente, la gente no quiere lastimar a otros. Nos lastiman porque tenemos la susceptibilidad a flor de piel.
Cuando una persona ya está resentida, se obsesiona con una idea o pensamiento negativo. Debe uno tratar de cambiarlo y evitar cavilar. “Un medio especialmente eficaz para evitar el resentimiento lo constituye la gratitud, entendida como capacidad de reconocer los dones y beneficios recibidos”, escribe Ugarte. Hay que descubrir todo lo positivo que hay en nuestra vida y percibirlo como un regalo por el que debemos dar gracias. La gratitud es lo opuesto al resentimiento. Quien no espera nada ni exige nada para sí, se alegra por lo que recibe y ordinariamente le parece que es más de lo que merece.
Aun ante la más grave ofensa, el perdón, la reconciliación son fundamento de la unidad familiar porque se da con los más próximos a ti, con los que más amas: tus hijos, tu pareja, tus padres, tus hermanos… el perdón es una gran manifestación del amor. Una teóloga alemana, Jutta Burgraff, dice: Perdonar es amar intensamente.
El Papa Francisco comparó el rencor a una mosca en día de calor. Y pregunta: ¿Te lo llevarás a la tumba? ¡Cuántas lágrimas y sufrimientos podrían evitarse, si el perdón y la misericordia fuesen el camino de nuestra vida! ¡Cuántas familias desunidas! ¿Cuántos hermanos y hermanas que guardan rencor! Hay que reconciliarse cuanto antes. La Siracide dice: “Recuerden el final y dejen de odiar”. En cuanto menos lo pensemos, estaremos en un ataúd.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 2 de enero de 2022 No. 1382