Por P. Fernando Pascual
Se trata de un fenómeno frecuente: ante ciertas medidas de gobiernos considerados de derechas, surgen acciones violentas por parte de cientos o miles de manifestantes.
Al mismo tiempo, ante medidas similares adoptadas por gobiernos de izquierdas, las protestas no llegan a la calle o, al menos, no implican acciones violentas.
Los electores, que conocen este tipo de fenómenos, saben que si votan a las derechas y ganan, seguramente habrá más violencia callejera. Si votan a las izquierdas, al menos se evitarán acciones dañinas contra coches, tiendas, bancos y personas.
Cuando ocurre esto, se constata un grave daño a los sistemas así llamados democráticos. Porque miles de personas prefieren elegir a alguien de izquierdas para vivir en paz, y no votan a alguien de derechas que “provocaría” acciones violentas de manifestantes, a veces muy bien organizados.
La democracia auténtica es la que permite a las personas elegir a aquellos candidatos que consideran afines a sus propias ideas e intereses, y que puedan promover el bien común.
Si ello queda amenazado por culpa de grupos violentos que dañan la convivencia, que destruyen bienes fundamentales, que incluso provocan muertes, estamos ante situaciones que, bajo la apariencia democrática, se han convertido en dictaduras tácitas.
La violencia callejera no puede nunca convertirse en el criterio decisivo para votar por un candidato o partido, ni para no votar por otro candidato o partido.
El criterio decisivo, vale la pena repetirlo y recordarlo siempre, es la búsqueda del bien común, de la justicia, de la convivencia sana, de la auténtica representatividad de lo que quiere la gente.
Solo cuando ese sea el criterio de cada persona con derecho a voto, quedarán a un lado miedo y presiones que nada tienen que ver con la libertad. Entonces, los resultados electorales expresarán plenamente el deseo de los votantes, que es uno de los objetivos de toda auténtica democracia.
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