Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro

Desde las primeras hasta las últimas páginas de la Biblia se habla de una Presencia perversa en el mundo, con abundancia de nombres:

Satan(ás), Diablo, Demonio, Serpiente, Bestia, León, Maligno, Tentador, Enemigo y más; Jesús le adjudicará algunos títulos más: “Padre de la mentira”, “Padre del pecado”, “Homicida desde el principio”, y le adjunta algunos “hijos” porque lo quieren matar; títulos ominosos todos ellos que dificultan su comprensión pero que señalan su importancia. San Pablo los engloba con la expresión “Misterio de iniquidad”. Como hay un misterio de salvación, existe también un misterio de perdición.

El lenguaje bíblico, con su innegable riqueza, choca contra la mentalidad que busca precisión y claridad. El discurso religioso lo ha descuidado, y las series televisivas han llenado el vacío de sevicia y morbosidad. Pero más allá del morbo, está la oscuridad luminosa del “misterio”, al que se accede por la fe.

La existencia del Mal y su lucha contra el Bien es una realidad innegable. Desde el Géneris hasta el Apocalipsis se enfrentan el mal y el bien, la verdad y la mentira, la vida y la muerte, y el hombre debe elegir. Jesús inició su ministerio enfrentándose al poder del Maligno. Sus 40 días de retiro son los años de la “tentación” que Israel padeció en el desierto, destino también de nuestro caminar cristiano.

El Diablo “tienta” a Jesús, lo somete a prueba en su fidelidad al designio de Dios y que él, como hombre libre, debía aceptar. De allí toma sus armas el Tentador, habituado a manipular la Palabra de Dios, como hizo con Eva-Adán a quienes sedujo y llevó a la muerte. Allí mereció ser llamado Asesino, Mentiroso y Pecador.

En nuestro contexto mundano, la tentación respecto al poder adquiere un relieve notable en la misma boca de Satanás: “Todos los reinos del mundo te los daré si te postras para adorarme”. La triple “tentación” no es más que el conglomerado de oposiciones que encontrará Jesús en su empeño filial por cumplir la voluntad del Padre. De esta experiencia dolorosa nos dejará advertencia en su divina enseñanza: “No nos dejes caer en la tentación, más líbranos del Maligno”. Entre la obediencia al Padre y la tentación del Maligno trascurre la vida cristiana. Es necesario elegir, suplicando.

Poder, Mentira y Muerte son el trípode donde se asienta el Diablo. No necesita camuflaje de algún tirano, sátrapa, dictador, grupo o ideología para operar, aunque opere en todos ellos. Corazón, inteligencia, conciencia son campo fértil para su desempeño, discreto pero eficaz. Ananías y Safira, al mentir, “permitieron que Satanás llenara su corazón pretendiendo engañar al Espíritu Santo”; y Elimas, el mago, es llamado “hijo del Diablo” por san Pablo, al pretender apartar de la fe al procónsul. Es desde el corazón del hombre, desde su intimidad intelectual y espiritual, desde donde procede toda la maldad humana, enseña Jesús. Nuestra lucha, dirá san Pablo, “es contra los engaños del Diablo. No es contra seres de carne y hueso, sino contra las potestades, los soberanos de las tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal”, difundidas por doquier.

Cuando se cierra el corazón a la escucha de la palabra de Dios, se desprecia la oración, se olvidan los sacramentos y se ridiculiza a la comunidad creyente, se va formando la familia de los “hijos del Diablo” en una atmósfera pestífera llamada mentira, muerte y corrupción. Una lectura inteligente de la Biblia nos llevará a descubrir, mediante la divina Sabiduría, la gravedad del momento que nos aflige –el misterio de iniquidad-, sin presencializar la figura de Satanás en grupos o personas. No lo necesita. Está más cerca de lo que cada uno de nosotros se imagina.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 30 de enero de 2022 No. 1386

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