Po P. Nicolás Schwizer
Podemos distinguir cuatro partes en la Liturgia inicial: canto inicial, saludo, acto penitencial y gloria, que buscan prepararnos para el encuentro con Cristo que vamos a tener en la Eucaristía. Buscan colocarnos en la postura adecuada y crear el ambiente propicio.
Canto inicial
El canto procura crear y fomentar un ambiente de alegría. Vamos a celebrar no una cosa aburrida, que va a durar media hora o una hora, según la prédica del sacerdote. No ha de ser una rutina, una obligación, sino un encuentro gozoso. Por eso lo iniciamos cantando juntos, expresando en comunidad nuestra alegría.
¿Cómo prolongamos esa alegría durante la semana? Yo canto en la misa con alegría porque sé la letra o me dieron un cancionero, pero después salgo de la iglesia y vivo toda la semana con una cara de perro. Entonces estoy mintiendo o estoy separando Eucaristía y vida diaria.
¿El ambiente que existe en nuestra casa, es coherente con ese canto gozoso al comienzo de la misa? ¿Sentimos que la alegría es el clima de nuestro hogar, el clima de nuestras relaciones con los hijos o con el cónyuge? ¿Y en nuestros lugares de trabajo? Si no es así, no estamos prolongando la misa. Y hay una incoherencia, una hipocresía entre lo que estamos haciendo adentro del templo y fuera.
En la misa, el canto es signo de alegría. ¿Cantamos fuera de la misa? Pienso que el cristiano debe ser un hombre que canta. ¿Cantamos nosotros en nuestras casas, con los hijos? ¿Cantamos, a lo mejor, bajo la ducha? La alegría del canto que expresamos al comienzo de la Eucaristía, debe penetrar la vida de toda la semana.
Saludo
A través del saludo del sacerdote, Dios mismo nos saluda al inicio de la misa y nos invita a participar en su mesa. Somos escogidos suyos e invitados a una fiesta comunitaria, a una cena íntima.
El saludo más usado es la fórmula trinitaria: “La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo…”. Este saludo ya nos coloca en el ambiente adecuado para entender la Eucaristía: su carácter trinitario. En la Eucaristía volvemos en Cristo al Padre, en la fuerza del Espíritu Santo. Es ese Dios trino que al inicio de la celebración nos quiere saludar.
Ahora, durante la semana, Dios me sigue saludando. ¿Y cómo le respondo? ¿Cómo le saludo a Dios durante la semana? El primer saludo a Dios debería ser la oración de la mañana. ¿Mi misa vivida de cada día comienza también con un saludo mutuo?
En la misa saludamos todos juntos. ¿Y nosotros, rezamos algo juntos como pareja, como familia? ¿O por lo menos nos persignamos juntos para recordar: este día es la prolongación de la misa dominical y vamos a comenzarlo juntos?
Y la otra pregunta importante: ¿Cómo saludo al cónyuge? Porque resulta que ese Dios a quien he de saludar, está para mí preferentemente en el corazón del otro. Cada nuevo día es un partir en peregrinación hacia el corazón de mi marido, de mi esposa. Él o ella es mi tierra santa de encuentro con Dios. ¿Y yo saludo cada mañana a ese Dios presente en el corazón del otro? ¿Y cómo lo saludo?
¿Qué es lo primero que le digo yo al otro? ¿Le hago sentir que le tomo de la mano para ir en Cristo al Padre en la fuerza del Espíritu Santo? El momento del saludo a la mañana es muy importante. El saludo en la misa crea clima. También el saludo en la pareja crea clima. Además, ¿cómo saludamos a los hijos en la mañana? ¿Con alegría, con cariño, con admiración, porque ellos son nuestro gran tesoro? ¿Y cómo saludamos a nuestros compañeros en el trabajo, a nuestros empleados?
Son importantes, también los otros saludos del día, al volver al mediodía y a la tarde, crean todo un clima y muchas veces determinan lo que va a pasar después en la familia.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 13 de febrero de 2022 No. 1388