Por Fernando Pascual
Vladímir Soloviov (1854-1900), tras ofrecer una aguda crítica al pesimismo de algunos y al vitalismo de Nietzsche, destacaba que el sentido de la vida es algo que no inventamos, sino que se nos da.
Una visión sencilla y espontánea encontraría tres fundamentos “firmes y estables” para ese sentido de la vida. El primero, la familia, “que liga nuestro presente con el pasado y el futuro mediante relaciones vivas y personales”.
El segundo consiste en la patria, “que ensancha y llena nuestra alma con el contenido del alma del pueblo, con sus tradiciones y esperanzas”.
Luego, para quien cree en Cristo, Soloviov señala un tercer fundamento: la Iglesia, “que nos libera definitivamente de toda estrechez y relaciona la vida personal con lo eterno y absoluto”.
Cuando una persona reconoce estos fundamentos, su existencia puede encontrar seguridad, superar miedos, avanzar serenamente hacia una plenitud envidiable.
De esta perspectiva surgiría una exhortación sencilla, según la describe el mismo Soloviov:
“Vive la vida plenamente, abre en todas las direcciones las fronteras de tu pequeño yo, tómate a pecho lo que concierne a otros y a todos, sé un buen familiar, un patriota celoso, un hijo fiel de la Iglesia, y conocerás el sentido positivo de la vida, y no te hará falta buscarlo e inventar su definición”.
Parece tan sencillo… Sin embargo, en seguida Soloviov reconoce dificultades, sobre todo de tipo histórico, que pueden surgir ante este modo de ver la vida.
A pesar de esas dificultades, el núcleo básico de esta perspectiva tiene una fuerza sorprendente, porque gracias a ella reconocemos un hecho básico: tenemos la vida como algo recibido.
Quienes logran experimentar la vida con su positividad, también con sus límites, pueden luego orientarla hacia el bien definitivo, que es Dios tal y como se nos ha manifestado a través de su Hijo encarnado, Jesucristo…
(Las ideas y los textos aquí copiados proceden del prefacio a la primera edición de la siguiente obra: Vladímir Soloviov, La fundamentación del bien. Ensayo de filosofía moral, Sígueme, Salamanca 2012).
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