Por Jaime Septién
Escrita, muy probablemente, después de su viaje a Oriente, existe una breve carta de San Francisco de Asís que haría mucho bien que la leyeran “los poderosos y cónsules, jueces y regidores de la tierra”. Y uno que otro dictadorzuelo…
La carta –“compartir” es el verbo que define al pobre de Asís—comienza diciéndole a los poderosos del mundo que consideren algo que se les suele olvidar intencionalmente: que son mortales. “Les ruego, pues, con la reverencia que puedo, que no echen en olvido al Señor ni se aparten de sus mandamientos a causa de los cuidados y preocupaciones de este siglo, porque todos aquellos que lo echan en olvido y se apartan de sus mandamientos, son malditos, y serán echados por Él al olvido (cf. Ex. 33.13).
Nada preocupa más a los gobernantes que ser “recordados”, “pasar a la historia”, que su poder se sienta y, si es necesario, se sufra por parte del pueblo o de pueblos ajenos al suyo. Olvidan que el más terrible olvido es el olvido de Dios: el infierno. Por ello, la carta de San Francisco les “aconseja, encarecidamente” que hagan penitencia y reciban con humildad la Eucaristía.
Y, quizá como recuerdo de lo que escuchó al caer la tarde en los países musulmanes, pide que “por medio de pregonero u otra señal, se anuncie que el pueblo entero rinda alabanzas y acciones de gracias al Señor Dios Omnipotente”. ¿Y si no hacen caso? (Cosa que, evidentemente, no van a hacer): “Sepan que tendrán que rendir cuenta en el día del juicio (cf. Mateo 12,36), ante el Señor Dios Jesucristo”. ¿Así o más claro?
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 13 de marzo de 2022 No. 1392