Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
El Santo Padre Francisco en la oración del ‘Acto de Consagración al Inmaculado Corazón de María’, hace referencia a los males que aquejan actualmente a la humanidad: El olvido de las tragedias del pasado, los millones de caídos en las guerras mundiales, -quizá de cincuenta a sesenta millones de muertes, el traicionar los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes; la enfermedad de la avidez, el haberse encerrado en intereses nacionalistas, la indiferencia y el egoísmo paralizante. Las causas, el ignorar a Dios, el convivir con nuestras falsedades, el alimentar la agresividad, el suprimir vidas y acumular armas; el olvido de la custodia de nuestro prójimo y del cuidado de la casa común, destruyendo con la guerra el jardín de la tierra.
Los filósofos dan razón de esta situación: Nietzsche, – la muerte de Dios en las conciencias humanas; Heidegger ‘la ausencia de Dios’; Buber ‘el eclipse de Dios’; hasta el mismo Horkheimer,-del Círculo de Frankfurt, ‘el intento de salvar un sentido incondicionado al margen de Dios es vano’; finalmente, Kant cuando afirma en uno de sus postulados que la dignidad absoluta del ser humano únicamente es posible si existe Dios y si éste es un Dios de la misericordia y de la gracia.
Es importante la valoración filosófica porque nos mantienen el pensamiento humano en cuanto tal abierto a una realidad superior, como ese amor benevolente y misericordioso de Dios, que lo entendemos como ‘gracia’; gracia particularmente de la conversión sincera de corazón a Dios y a los humanos, que supera todo humano entendimiento.
El misterio de iniquidad y del mal tienen un límite: la misericordia. San Juan Pablo II tuvo como hilo conductor de su pontificado la misericordia. Él vivió cerca del campo de concentración nazi en Auschwitz, experimentó los horrores de las guerras mundiales y la brutalidad de los sistemas totalitarios, -el nazi y el soviético. En su encíclica ‘Dives in Misericordia’,-Dios Rico en Misericordia, nos recuerda que la justicia sola, no basta; la ‘summa iustitia’,-la suma justicia, puede llegar a ser ‘la summa iniustitia’,- suma injusticia; por eso en ‘Memoria e Identidad’, nos señala que el límite impuesto al mal ‘es en último término, la misericordia divina’. También su vinculación a Santa Faustina Kowalska y la institución de la fiesta litúrgica de la ‘Divina Misericordia’, el segundo domingo de Pascua.
Esta línea iniciada plenamente como espíritu del Vaticano II, camino señalado por el Papa Bueno, san Juan XXIII, quien, en su mensaje inaugural, ante la severidad de otros tiempos y el carácter dogmático de los Concilios anteriores, ‘Hoy, en cambo, la esposa de Jesucristo (la Iglesia) prefiere emplear la medicina de la misericordia antes que levantar el arma de la severidad’. Así tenía que ser. Él experimentó el amor misericordioso de Dios; para él, ‘la misericordia es el más bello nombre de Dios’; ‘nuestras miserias son el trono de la divina misericordia’, como lo señala en su ‘Diario de un Alma’.
Está línea la seguiría Benedicto XVI en su primera encíclica ‘Dios es Amor’ y en su encíclica social ‘Cáritas in Veritate’, – el Amor en la Verdad, da el giro en la doctrina social de la justicia a la misericordia. Ni se diga, el alma del pontificado de nuestro amadísimo Papa Francisco, cuyo lema nos indica su vocación y el estilo de su misión: ‘Miserando atque Eligendo’,- teniendo misericordia y eligiendo, palabras tomadas de san Beda el Venerable al comentario del pasaje de Leví, que sería el apóstol san Mateo. Así constatamos la continuidad de la línea pastoral del Papa Francisco con los grandes pontífices inmediatamente anteriores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, sin supuestas rupturas.
La clave interpretativa, la síntesis extraordinaria y la norma absoluta del mensaje de Jesús es el amor misericordioso. Aquí están su camino a seguir, su vida a vivir y la verdad a proclamar.
La parábola del Padre misericordioso (Lc 15, 1-3.11-32) intitulada, frecuentemente, del ‘hijo pródigo’, la podemos leer y contemplar en este contexto histórico, – signo de los tiempos, que vivimos como lo ha señalado el Papa Francisco en su oración de consagración. Gran parte de la humanidad parece ese ‘hijo pródigo’ que ha pretendido centrarse en ‘la fascinación de una libertad ilusoria’ (Cat Ig Cat 1439), abandonando la casa paterna, la vinculación amorosa con Dios, dilapidando le herencia valiosa y adquirida de otros tiempos hasta llegar a esta miseria humana en donde conviven las falsedades, los egoísmos, la avidez por tener y las pasiones desordenadas que contradicen la misma identidad como personas e incluso el atentar cínicamente contra la vida. Ante esta situación vale la pena levantarnos y regresar a nuestro Padre común, rico en misericordia.
Es el Corazón de Cristo quien conoce el amor del Padre, nos lo revela en profundidad. El Padre es ese abismo de misericordia. El nos espera para reconciliarnos y celebrar la fiesta de la familia. Puede haber hermanos mayores, muy religiosos y cumplidores de la ley,-moralistas y neofariseos, pero ayunos de misericordia. También ellos deben conocer el corazón del Padre de la misericordia. Su proyecto es que todos sus hijos, su familia, seamos felices por toda la eternidad, cumpliendo su proyecto de amor y de misericordia en el jardín de la tierra, nuestro hogar temporal e histórico.
Hay que tener siempre presente como, lo enseña san Buenaventura en su ‘Itinerario de la Mente hacia Dios’, a él, -a Dios, solo se le puede conocer a la luz del Crucificado. Su Corazón traspasado nos comunica al Espíritu Santo, -persona amor, nos descubre ese rostro misericordioso del Padre y nos invita y capacita por sus sacramentos, -el bautismo, la eucaristía y la reconciliación, para que vivamos la comunión con Dios Amor.
’La misericordia y el amor de Dios son muy grandes, porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo’, como no lo recuerda san Pablo (Ef 2, 410).
La esencia de Dios en la perspectiva bíblica es el Amor (1Jn 4,8.16). La misericordia es ese aspecto visible de la esencia de Dios que es el Amor. Por supuesto la misericordia de Dios guarda íntima relación con la justicia y la verdad; nosotros los separamos, pero en Dios se identifican con su ser.
El Padre misericordioso en Jesús, su Hijo y nuestro Redentor, nos ama infinitamente; podemos tener errores y miserias por muy grandes que sean, no disminuye su amor misericordioso por todos y cada uno de nosotros.
El sacramento de la penitencia o de la reconciliación es una invitación para volver a la ‘Casa del Padre’, además de invitarnos a comenzar de nuevo conlleva la fiesta y la alegría de recobrar nuestra condición de hijos del Padre Dios.
Por eso el ‘limite del mal es la misericordia’ de Dios uno y trino, Amor y comunión interpersonal de la familia divina y de la familia humana, en una sola. Nos libra del mal por su misericordia.
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