Por Antonio Maza Pereda
A casi un mes de la iniciación formal del conflicto entre Ucrania y Rusia, hay aspectos que todavía están pendientes de aclarar. Sobre todo cuáles son los motivos de Rusia para tomar una decisión que no es menor. Porque el tema no es nada más invadir a Ucrania: una parte importante del asunto es enfrentarse a la Organización del Tratado de Atlántico Norte (OTAN), países que están comprometidos en un tratado de asistencia militar con Ucrania.
Por supuesto, en el papel, Ucrania tiene pocas posibilidades de defensa contra quien tiene el segundo o tercer ejército mejor armado y más numeroso del mundo. Y, contra todas las expectativas, este país no se ha rendido inmediatamente en vista de tan aplastante diferencia de poder bélico. Tal vez porque confía en el apoyo de la OTAN, tal vez por razones históricas: una coexistencia compleja con el imperio ruso, desde el tiempo de los Zares, durante el tiempo de la URSS y desde hace 30 años, teniendo una vida independiente con el derrumbe del bloque soviético.
Las opiniones
No siendo un experto en temas de geopolítica, me he nutrido de los comentaristas de diferentes nacionalidades sobre este conflicto. Y me he encontrado con una enorme variedad de opiniones. Desde quienes ubican el inicio del conflicto en el siglo XI, o en la caída del imperio romano de Oriente cuando los turcos tomaron Constantinopla en 1453. Otros le dan al conflicto un tinte religioso según el cual, con el cisma de Oriente, los ucranianos se mantuvieron aliados con el metropolitano de la iglesia ortodoxa griega, en Constantinopla mientras que los rusos crearon la Iglesia ortodoxa rusa, la preponderante en su país, también en el siglo XV.
Pero en términos más terrenales y actuales, hay quienes ponen la explicación de este conflicto en temas económicos: los rusos, que han pasado bastante mal la situación de la caída de los precios del petróleo, han encontrado con esta guerra que sus exportaciones son más redituables y, como un bono adicional, su presencia en Ucrania les permite controlar el flujo de gas natural y petróleo desde el Medio Oriente Hacia Europa, lo que les da una palanca para negociación muy importante. Cierto: las sanciones de occidente reducen este beneficio temporalmente, pero también ocurre que no hay capacidad para compensar la falta del petróleo ruso en la economía mundial, ni siquiera en el corto plazo.
No falta quien opina también lo contrario: con el dogma que ideó Marx de las crisis periódicas del capitalismo, ven a los países de Europa occidental y Estados Unidos influyendo para que se dé este conflicto y de esa manera poder evitar una caída del sistema así llamado neoliberal. Aún otros ponen el conflicto términos de la psicología del pueblo ruso, quien busca tener todas sus fronteras con países neutrales. Que fue el modelo de la Rusia de los zares y explica, por ejemplo, el intento de dominar Afganistán, que ya se había señalado durante el siglo XIX y que los llevó a una vergonzosa derrota a finales del siglo XX.
Todo lo dicho no deja de ser algo de interés un tanto superficial. El señor Putin ha dado explicaciones propagandísticas de estas acciones, como decir que su intención es desmilitarizar y desnazificar a Ucrania. A lo cual el actual presidente ucraniano ha contestado diciendo que él, siendo judío, es un candidato poco viable para ser pronazi.
Sin mecanismos
A reserva de profundizar el tema y de observar cómo van evolucionando estas situaciones, es muy importante observar que no existe un mecanismo verdaderamente confiable para poder resolver conflictos bélicos, de una manera expedita y que cuente con la aceptación de todos los países. En algún momento, y únicamente en Europa, este papel lo tuvo el Papa y todavía ha habido algunos restos de esa mediación en algunos conflictos del siglo pasado, por ejemplo, entre Argentina y Chile, mediación que ayudó en muchos casos a que las hostilidades no escalaran. Ese mecanismo actualmente es impensable. Hubo algún intento en la segunda mitad del siglo XX de crear un organismo de mediación, esfuerzo encabezado por Edward de Bono, un especialista en sistemas de pensamiento. Pero no ha tenido la penetración suficiente.
Los intentos de la Sociedad de las Naciones a fines de la primera guerra mundial, y de la Organización de las Naciones Unidas, han tenido en el mejor de los casos un éxito parcial, enviando a los famosos “cascos azules” a limitar conflictos de distintos tipos. Una posibilidad que en este caso no se ha mencionado siquiera.
Claramente la humanidad necesita un mecanismo mucho mejor para poder evitar las guerras. Tristemente no hay nada viable en el panorama para los próximos años. ¿Será que se requiere que la ciudadanía de todos los países exija a sus clases políticas y a sus gobiernos que generen un mecanismo mundial con las características necesarias para evitar estas tragedias? En lo personal yo no confío en las clases políticas de los diferentes países ni la Organización de las Naciones Unidas, por más qué hacen esfuerzos interesantes. Pero sin la presión de los ciudadanos de a pie, es poco probable que tengamos un buen remedio próximamente. Ahí está la solución a largo plazo.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de marzo de 2022 No. 1393