Por Cristina de la Torre Guerrero
Este no es un simple y tradicional (o podría decir, casi obligado) obituario. ¡No, no lo es! Este es un homenaje a un ser humano que, en la cotidianidad de la vida, me acostumbré a tener: una hermana; mi amada hermana, Mónica de la Torre Guerrero. Me acostumbré a tenerla cada día de mi vida. ¡Así estuvo (y no dudo ni tantito que sigue estando) durante cada día de su bendita vida, siempre presente, dándose ante todo y a todos; además con su característica sonrisa apapachadora!
Mónica era la tercera de seis hijos de mi familia, formada hace 61 años por mis papás, Horacio De la Torre Rodríguez y María Cristina Guerrero Rivera (que Dios nos conserve juntos). Nació el 23 de diciembre de 1963. Estoy segura de que, de acuerdo con los grandes planes de Nuestro Señor, ella llegó, en tiempos modernos, a anunciar el nacimiento del Niñito Jesús. Aunque, cronológicamente, era la tercera, para nosotros era “la grande”, pues se hizo cargo –a cabalidad—de reunir a la familia en cada celebración, festejo o fecha importante. Y si no lo había, lo inventaba junto con su esposo Humberto Ginesta, cubano que lleva en la sangre la generosidad y el compartirlo todo.
Mónica creó el grupo de WhatsApp de los primos y cada mañana nos escribía mensajes de aliento, de reflexión y de fe, pero también chuscos y payasadas. Hace unos días la volvía a escuchar dentro de mi corazón con la voz que hacía cuando llegaban los invitados a su casa: “¿Quiéeeen?” Una voz inigualablemente cómica. Viajó por todos los continentes, disfrutó de todas las comidas. Asistió a todas las fiestas, bailó todos los ritmos. Suegra y abuela de la familia de Humbertico, y madre de un ángel.
La “V” de la victoria
En noviembre de 2019 un duro diagnóstico médico apareció en su vida y, por consiguiente, en todos los que la amamos. Fueron casi 26 meses de tratamientos. Al salir de la consulta se tomaba una selfie con su inseparable esposo o con la hermana que la acompañara. Nunca estuvo sola. En las fotos salía con su mano elevada, su sonrisa de siempre o haciendo la “V” de la victoria. “Curiosamente” el 23 de diciembre, día de su onomástico, se celebra a Santa Victoria.
A finales de 2021 su salud empeoró. Aun así participó en la boda de Germán, mi hijo mayor, con Andrea Sáenz. Fueron ella y su esposo “padrinos de semillas”. Amaba a sus sobrinos como si fueran suyos. Pudimos pasar todos juntos Navidad y Año Nuevo. En 2022 su cuerpo comenzó a agotarse. Después de meses de una entereza digna de admiración, el tratamiento médico llegó a su término. Sin negar un momento su personalidad, empezó a prepararse con una claridad y una decisión que quienes le acompañamos en esos días no entendíamos: estábamos en la absoluta negación. Una claridad que solo Dios y la Virgen otorgan…
¿Y cómo no se la iban a otorgar? Mi hermana fue una peregrina, a la Basílica de Guadalupe y al Camino de Santiago. Algunas veces fue administradora del Grupo de Mujeres, invitada por el equipo García Alcocer, a través de su “hermana Lorenita”.
Recibió todos los sacramentos en las peregrinaciones que hizo a Guadalupe y millones de aves marías de muchos hermanos de vida, de camino: el padre Carlos, Pera de Villasante, amigas asuncionistas, del San Javier, UAQ, ex compañeros de trabajo…, todos amados por mi hermana: Ana Luisa, Isabel, Lucy, la Chata, Lauris, Susy, Ana Celia, Ana, Piri, una lista casi interminable.
Conectándose con Dios
El pasado 9 de febrero inició su despedida de este mundo y otra peregrinación, ésta hacia la Casa Celestial. Primero con su esposo, luego con todos nosotros, pidiéndonos a cada uno que habláramos con Dios y con la Virgen Santísima para que vinieran por ella porque ya estaba lista. Avanzada la noche, mi hijo Germán me preguntó cómo seguía Moni. Le contesté: “Diciendo palabras que no entendemos; extendiendo sus brazos como desconectándose”. A lo que mi hijo me contestó: “Como conectándose con Dios”. ¡Sí, eso estaba sucediendo! Los que le acompañamos en esa nueva peregrinación vimos un desprendimiento milagroso del mundo material para ser tomada por lo único divino: Dios y su Madre del cielo. El día del velorio contaron muchas historias de agradecimiento hacia Mónica. Era un ejemplo vivo de que “lo que haga tu mano derecha que no lo sepa tu mano izquierda”.
- (He pensado mucho en Santa Mónica, tu tocaya, madre de San Agustín. Para mí también tú eres Mónica “la grande”, y Dios está a cargo de todo lo demás. Hoy te veo bailando con todos tus amores y organizando fiestas. Y eso, hermana, me hace muy feliz)
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 13 de marzo de 2022 No. 1392