Desde 1989, por iniciativa de la Confederación Latinoamericana y del Caribe de Trabajadoras del Hogar, cada 30 de marzo se conmemora el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar.
Surgió para concientizar al mundo sobre la discriminación que padecen las que son empleadas en el trabajo doméstico, y la necesidad de que se establezcan leyes que las amparen, garantizándoles un pago digno por su labor y el derecho a protección social.
Se trata de un tema abordado en la Iglesia desde hace muchísimo tiempo. Por ejemplo, Pío XII clamaba por un salario justo y un trato amable para las empleadas domésticas, al grado de que pedía que la relación patrones-sirvienta fuera más parecida al de padres-hija o de hermanos-hermana, ya que una empleada doméstica tiene participación fundamental en la vida de una familia.
En abril de 1979 Juan Pablo II tuvo un encuentro con cinco mil empleadas del hogar, y les dijo:
“Vuestras personas representan el trabajo oculto, y no obstante necesario e indispensable; el trabajo sacrificado y no llamativo, que no goza de aplausos y a veces no recibe siquiera reconocimiento y gratitud.
“El trabajo humilde, repetido, monótono y, por eso, heroico de un conjunto innumerable de madres y de mujeres jóvenes, que con su esfuerzo cotidiano contribuyen al presupuesto económico de tantas familias y resuelven tantas situaciones difíciles y precarias”.
Efectivamente, el trabajo doméstico suele ser visto como muy poca cosa, tanto si lo realiza una empleada como si lo lleva a cabo el ama o amo de casa, ya que actualmente también hay varones que se dedican a atender a sus propias familias en el hogar.
A la sociedad se le ha metido en la cabeza que limpiar la casa, sacar la basura, lavar la ropa, cocinar, planchar, ir al mercado, remendar los calcetines, regar las plantas, bañar a los niños, etc., es decir, administrar todo lo que sucede en un hogar, desde las 6 de la mañana a las 10 de la noche en promedio, es un trabajo de tercer categoría, o incluso no es un verdadero trabajo.
Según esto, para ser “alguien” en la vida hay que acceder a ciertas profesiones —sólo se les llama “profesionistas” a algunos elegidos; los demás, cuando mucho, tienen “oficios”—, y que la dignidad de un trabajo se mide por la cantidad de dinero que se gana. Y en ambientes feministas radicales se llegó a ver con malos ojos que una mujer universitaria renunciara libremente a su exitosa carrera para ser madre y ama de casa, pues más de una vez se equipararon erróneamente las labores del hogar con esclavitud o explotación de las mujeres.
Al respecto aclara el papa Wojtyla:
“Este trabajo debe ser mirado no como una imposición implacable e inexorable, como una esclavitud, sino como una opción libre, consciente, querida, que realiza plenamente a la mujer en su personalidad y en sus exigencias”.
El trabajo doméstico señala el Papa polaco, “exige una dedicación continua y total y, por lo tanto, es una ascética cotidiana, que requiere paciencia, dominio de sí mismo”.
Por tanto, el trabajo doméstico puede ser convertido en motivo de santificación: “Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como obedeciendo al Señor y no a los hombres, teniendo en cuenta que del Señor recibiréis por recompensa la herencia” (Colosenses 3, 23-24).
TEMA DE LA SEMANA: «EL TRABAJO EN EL HOGAR ES TAN DIGNO COMO CUALQUIER OTRO TRABAJO DIGNO»
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 27 de marzo de 2022 No. 1394