Por Geli y Lupita Turnbull

Intelectual, muy inteligente, sabio y a veces muy ingenuo; intenso y serio pero sensible hasta las lágrimas, decidido sin vuelta atrás, pero comprensivo y amoroso; artista y soñador (actor, escritor, buen músico, diseñador, locutor de radio) pero metódico y calculador; apasionado y entregado pero mesurado en lo importante; de corazón bondadoso pero recto y firme en lo esencial; espiritual, religioso, deportista; podía reír con detalles pequeños pero se molestaba ante la broma cruel y abusiva; fuerte y tenaz; indeciso para detalles pequeños, pero directo e inquebrantable al defender la verdad; el más tierno y romántico, pero de carácter fuerte y a veces sin tacto (hay quienes decían que era enojón) para defender su Fe (lo más importante en su vida). Todo esto y mucho más era “Wally”.

Semblanza de un hombre sencillo

Walter Francisco Turnbull Plaza, nació el 21 de enero de 1956. Hijo de Ascensión Plaza y Walter Turnbull. Licenciado en Diseño Industrial, Sus estudios hasta preparatoria fueron con sacerdotes Jesuitas en la ciudad de México. Creció en una familia sencilla donde le mostraron los valores cristianos y humanos, tuvo una infancia y juventud llena de amigos y experiencias de mucha alegría y amor.

Nos conocimos en un centro juvenil en la CDMX de Padres Maristas. Participamos en un grupo de alpinismo: el Grupo Alpino “PAX” (por la Reina de la Paz) que fundó el Padre Pedro Herrasti S.M. (Sociedad de María) y ahí mismo, en ese centro juvenil, Wally participó en Círculo Bíblico, retiros y misiones, además de ser uno de los guías del grupo alpino.

Tocaba la guitarra con gran pasión y cantaba en misas y retiros. Participó como solista, quedando en buenos lugares en el “Festival de la canción cristiana” que se organizaba en el Templo de la Sagrada Familia en la CDMX.

Nos casamos en mayo de 1991, nuestra hermosa hija Lupita, llegó a nuestras vidas seis años después.

Nunca perdió la fe a pesar de las adversidades

Wally, a pesar de siempre procurar un estilo de vida saludable y tener mucho amor a la vida y disfrutarla, padeció una enfermedad autoinmune desde sus 26 años, por lo que siempre tuvo que cuidarse mucho. Pero a pesar de esto, se tuvo que enfrentar años después a varias operaciones y limitaciones físicas. De esta situación lo que más le pesaba era no poder estar al cien para cuidarnos, ayudarnos y darnos más.

Sin embargo, en medio de todo esto, era para mí y para mi hija, nuestro guía espiritual, nuestro “teólogo de cabecera” como yo le decía, nuestra enciclopedia cultural (de todo sabía y conocía). Y a pesar de sus limitaciones físicas, siempre frecuentó el apostolado: era un gran defensor de la Fe (con conocimientos bíblicos y de la Iglesia). Dirigió en sus últimos años, un Círculo Bíblico, escribió varios artículos para El Observador, defendiendo a “capa y espada” su Iglesia, sus valores y sus principios. Compañeros de trabajo, vecinos, conocidos y familiares siempre lo consultaban en estos temas, confiando siempre en su sabiduría.

Pero a pesar de que Dios siempre le otorgó muchas oportunidades para seguir viviendo y compartir su fe, su gran y hermoso corazón fue fallando, hasta llevarlo a la casa del Padre. Durante sus últimos seis meses, estuvo preparándose para ver, por fin, el rostro de su amado Jesús. Durante todo este tiempo, Wally nunca perdió la fe ni el buen humor; hasta el último día nos bendijo con su sonrisa y, hasta que la salud se lo permitió, nos compartió su sabiduría y buenos consejos.

Camino hacia la vida eterna

Entre sus prédicas y artículos, una de las metas que siempre quiso proclamar fue el Cielo, la otra vida. En sus últimos días uno de sus deseos fue “Yo quiero vivir”. Si bien Dios tiene caminos que nos son difíciles de comprender, nuestro Padre le concedió su deseo: Vivir con Él en su paraíso, el lugar del que Wally siempre nos predicó con tanta esperanza.

Falleció el 9 de noviembre de 2018 rodeado de amigos y familiares que lo acompañaron con cantos y oraciones en su última excursión, en su última cima.

Wally fue un hombre simple, sencillo, pero ejemplar. Quienes lo conocieron saben que, ante todo, siempre defendió su fe y a Jesús, su mejor amigo. Preocupado por “no llegar a ser salvo” como él nos dijo, en su agonía, siempre se mantuvo cerca de Dios y los sacramentos jamás le faltaron.

No me cabe más que finalizar con una frase que nos llegó a repetir en distintas ocasiones: “Un día estaremos todos juntos en el abrazo eterno”.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de febrero de 2022 No. 1389

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