La lucha del bien y el mal se ha convertido en una parte de nuestra vida y debemos saber cómo responder ante esa realidad.

Por Angelo De Simone R.

Gritos de fiestas e intenciones de muerte. Un doble misterio que fue acompañando a los seguidores de Jesús durante su entrada a Jerusalén. Son dos actitudes que marcan todo el recorrido de la Semana Santa: fiesta y bienvenida con el domingo de Ramos y angustia de muerte con la vivencia de la pasión.

En nuestra vida muchas veces vivimos esta dicotomía en torno a Jesús: Lo amo y le doy la bienvenida a mi vida cuando me va bien, pero, cuando no cumple lo que pido, lo crucifico y lo condeno. ¿Cuántas veces también no nos encontramos con personas que por un lado nos bendicen y por el otro nos maldicen? La lucha del bien y el mal se ha convertido en una parte de nuestra vida y debemos saber cómo responder ante esa realidad.

Jesús con inteligencia nos muestra, con la entrada a Jerusalén, como afrontar los momentos difíciles y las tentaciones constantes del mal. Él nos invita a cultivar en nuestros corazones una paz que no es de distancia, no es de creerse superior a los demás, al contrario, es un aceptar a Dios en la vida y dejarlo hacer su trabajo, decidiendo Él el modo y siguiendo nosotros la voluntad que nos indica.

En esta entrada a Jerusalén se nos muestra también el camino del cristiano: ante el triunfalismo que impone el mal, Jesús decide optar por el camino de la humildad. Hoy en día también se nos vende un sinfín de opciones que aparentemente son buenas pero que no llevan al camino de la salvación: corrupción, placeres, dinero, poder… ¿Cuál camino escogeremos? Porque ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?

El silencio de Jesús durante este camino de entrada a Jerusalén y posterior pasión es asombroso y abrumador. Logra vencer la tentación de responder, de tomar venganza por todo el daño recibido. Nos demuestra, que en los momentos de oscuridad y de gran tribulación muchas veces hay que tener el valor de callar, siempre que sea desde la mansedumbre y la humildad. Es allí donde logramos ver todo con mayor objetividad, desde la mirada sabia de quien mira sus problemas desde una roca y no dentro de la tempestad.

Hoy nosotros también entramos a nuestro Jerusalén, a este misterio de morir en Cristo y buscar resucitar con Él, dejando atrás el sufrimiento y aquello que nos aqueja en la vida. No tengamos miedo de vivir estos procesos, dejemos atrás el hombre viejo y gocemos de la alegría de anidar la paz en nuestro corazón y la esperanza de construir juntos lacivilización del amor.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de abril de 2022 No. 1396

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