Está por terminar la Cuaresma, pero nunca es tarde para volver a Dios y despojarnos de todo aquello que nos ata al mundo material

Por Rebeca Reynaud

Al inicio de la Cuaresma el Papa Francisco nos dio un mensaje. Citó la carta de San Pablo a los gálatas: “No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo” (Ga 6, 9-10).

El Papa nos recordó, entonces, que la fe no nos exime de las tribulaciones de la vida, pero nos permite atravesarlas unidos a Dios, y el Señor no defrauda.

Los 40 días de Cuaresma deben servir para meternos en nuestro interior y descubrir lo que no sabemos de nosotros, podemos así conocer las heridas que llevamos, nuestra debilidad y la necesidad que tenemos de la fortaleza de Dios. Dios tiene una palabra para cada uno de nosotros, pero a veces no lo oímos por falta de recogimiento. En estos últimos días de Cuaresma, aún podemos darle a Dios tiempo de oración. Podemos leer, en el Catecismo de la Iglesia, lo relativo a la oración.

Los “vacíos de amor”

En nuestra vida pueden presentarse “vacíos de amor”, como cuando las reacciones de soberbia o de sensualidad toman la delantera, o bien, detalles de pereza, juicios despectivos, omisión de los deberes de piedad, querer ser el centro de atención o de mando, reacciones de envidia o de malquerencia, faltas de caridad y de generosidad, imprudencias y pérdidas de tiempo, amor desmedido al dinero o al poder, cosas no perdonadas o no haber pedido perdón… Todo ello me echa por tierra, lejos del Calvario que Dios me ha trazado, comentaba Benedicto XVI.

El hombre puede controlar sus respuestas si controla sus estímulos (bebidas, películas, lecturas). La sociedad está poco motivada para rechazar esto, porque piensa que nada le afecta. Y la realidad nos muestra que cuando el hombre tiene todo –en el sentido material-, se olvida de Dios. Las carencias son las que muchas veces le hacen orar.

La templanza y la modestia

Las dos formas originarias de la templanza son la moderación y la castidad. Resumiendo, son formas de destemplanza: la lujuria, el desenfreno, la soberbia y la cólera. Y son formas de templanza: la castidad, la sobriedad, la humildad y la mansedumbre. Como demuestra la historia de las herejías, de cómo se entienda la templanza, dependerá la postura que se adopte respecto de la creación y del mundo exterior.

La modestia es parte de la templanza, y ¿qué función tiene? pone orden dentro de nosotros mismos. La persona modesta ve sus talentos naturales y sobrenaturales como don de Dios. La modestia se refleja también en el porte exterior: en su modo de hablar y de vestir, de reír y de moverse; de tratar a la gente y de comportarse socialmente.

El Señor hace exégesis de la frase que le dice al joven rico: “Ve, vende lo que tienes y sígueme”. Su petición sobre la pobreza contiene también otro significado, pues hay una riqueza más grande que el oro –y por tanto más apreciada-, se trata de la riqueza intelectual, el propio pensamiento. Su renuncia tiene un valor diferente a los ojos de Dios. Todos los pensamientos buenos que nacen en nosotros vienen del Cielo, por eso es justo que digamos “este pensamiento no es mío”. Pero las riquezas que Dios nos da han de ser para el disfrute de todos.

El Santo Cura de Ars decía: “Quien no ama a Dios ata su corazón a cosas que pasan como el humo. Cuanto más se conoce a los hombres, menos se les ama. Con Dios ocurre lo contrario: cuanto más se le conoce, más se le ama. Este conocimiento abrasa al alma con tal amor, que quien le conoce sólo ama y desea a Dios. El amor a Dios es un sabor anticipado del cielo: si supiéramos probarlo, qué felices seríamos. ¡Lo que hace desgraciado es no amar a Dios!”

Santa Teresa escribe: Hay quien deja todo por Dios y son penitentes, pero las lastima cualquier cosa que digan de ellas. Y no abrazan la Cruz, sino que la llevan arrastrando, y así las hace pedazos, porque si es amada, es suave de llevar.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de abril de 2022 No. 1396

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