Jazmín y Humberto comparten su historia de amor basada en bellos encuentros y promesas hechas ante Cristo
Por Jazmín Espinoza
Entre el 1999 y 2000 (tendría 16 o 17 años), fui a una misa donde me regalaron un periódico pequeño católico y ahí venía la historia de aquel pueblo llamado Siroki-Brijeg en Bosnia-Herzegovina donde nunca han existido divorcios.
Vi que lo atribuían al rito del crucifijo matrimonial, por el cual los esposos ponen a Cristo como la base de su matrimonio, y me gustó mucho. Le dije al Señor: “Si algún día me caso, me gustaría mucho hacer este rito en la ceremonia religiosa”.
Las dudas
Cuando entré a uno de los grupos juveniles conocí a una persona que me decía que me veía con vocación de religiosa. Yo en ese momento amaba mucho al Señor, pero creía que ser religiosa no era mi vocación.
Meses después fui a un Encuentro Nacional de Jóvenes en el Espíritu Santo (ENJES) en el 2008 y ahí conocí a una persona que quiero mucho, una hermana a quién le platiqué de mi conflicto interno sobre el ser religiosa o no, y ella me dijo: “Tú te vas a casar, vas a tener una familia muy bonita y vas a ser muy feliz. No te falta mucho tiempo para eso, pero tampoco poco”. Me sentí algo incrédula al inicio, pero confié en que así sería.
El menos esperado
Unas amigas de mi comunidad me decían que conocían a alguien especial que me querían presentar, pero yo en ese entonces no quería saber nada de nadie.
Resultó ser un muchacho de la misma comunidad, a quien había visto en mi Kerigma; me llamó la atención pero hasta ahí.
Pasaron dos meses y me enteré que él había terminado con su novia, pero yo ni su nombre sabía. Poco a poco, Humberto, a quien en ese tiempo llamaban “Cuca”, empezó a dirigirse a mí.
Para mí él era el alma de las fiestas: muy amiguero, de sangre ligera y yo toda tímida. Recuerdo que en una reunión lo vi y pensé: “Quien se quede con este muchacho se va a sacar la lotería”.
Tiempo después, un hermano de la comunidad cumplió años y Humberto me propuso ir juntos. Desde ahí se fueron incrementando los mensajitos que nos enviábamos, pero yo me sentía muy insegura pues veía a chicas muy bonitas que lo buscaban y yo no quería sufrir.
Más adelante, fuimos a una Misa carismática y me senté en una de las bancas de adelante, era una banca muy pequeña como para 3 personas. Estábamos sentados yo del lado izquierdo, una amiga y después Humberto.
Mientras alabábamos a Dios, mi amiga salió del templo y sólo nos quedamos Humberto y yo en la banca. De repente, el sacerdote dije: “Vean a la persona que tienen a su lado, esa persona va a orar por ustedes toda su vida, va a ser como un ángel que los va a cuidar”. Y cuando me giro a mi derecha, él me estaba viendo a mí.
Esa fue mi confirmación de que teníamos que darnos una oportunidad. Nos hicimos novios, pasó el tiempo y después de darme el anillo, empezamos con los planes de la Boda.
Llegó el momento de las pláticas pre-matrimoniales y, como decidimos casarnos en la Santa Cruz, tuvimos que tomar un retiro aparte. Al final de ese retiro, llegó el padre Ernesto Caro con unas cruces.
De repente empieza a contar aquella historia de ese lugar en Bosnia-Herzegovina donde no había ningún divorcio y él comenta que nos viene a regalar una cruz para que en nuestra Misa llevemos a cabo ese rito.
Inmediatamente se me hizo un nudo en la garganta y se me salían las lágrimas a mares, sólo pensaba y le decía a Dios: ¡Te acordaste!
Humberto y yo empezamos nuestra relación un 28 de noviembre del 2009, nos casamos el 12 de agosto del 2011 y sigo agradeciendo a todas las personas que Dios puso en nuestro camino para que esto fuera posible.
Hoy tenemos tres hijos: Una niña y dos niños… Como siempre, Dios nos da más de lo que un día soñamos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 3 de abril de 2022 No. 1395