En el mundo católico hispanoparlante no se escucha mucho de Francis Jammes (1868-1938). Sin embargo, se trata de un novelista, dramaturgo y, sobre todo, poeta francés muy inclinado a la lírica, pero con un fuerte elemento religioso católico.
En sus tiempos de juventud fue un estudiante tan mediocre que reprobó el bachillerato con un cero en francés. Entonces hizo prácticas como pasante en una notaría; pero su futuro no estaba ahí. Trabajaría de escribano y, en esa búsqueda de sí mismo, se sintió “invadido” por la poesía y escribió su primer poema a los 26 años. A partir de entonces continuó escribiendo poemas, los cuales enviaba a diversas revistas. Hacia 1895 comenzó a ser leído en los círculos literarios parisinos, llegando a ser muy apreciada su obra por su tono fresco que rompía considerablemente con las tendencias simbolistas de la época. También incursionó como novelista y dramaturgo,
En 1905, influenciado por el poeta Paul Claudel, Francis Jammes se convirtió al catolicismo o, mejor dicho, se transformó en un católico practicante, y con ello su poesía se volvió más religiosa y dogmática.
En 1907 se casó con una admiradora, y con ella procrearía a siete hijos.
Siempre prefirió radicar en las montañas, y en sus poemas exaltó la vida humilde del campo, siendo patente su extraordinaria sensibilidad hacia los animales y hacia la naturaleza, mas con una profunda religiosidad. El siguiente poema, “Oración para ir al cielo con los burros”, es un ejemplo de ello.
Oración para ir al cielo con los burros
Cuando tenga que ir hacia Ti,
¡oh, Dios mío!,
haz que reine un día
de fiesta
en el campo.
Yo querría,
como lo hice aquí abajo,
elegir un camino de mi gusto
para ir al Paraíso,
donde las estrellas brillan
en pleno día.
Andaré con mi bastón
por la gran carretera
y les diré a los asnos,
mis amigos:
—Yo soy Francis Jammes
y voy al Paraíso,
porque no hay Infierno
en el país del Buen Dios.
Y les diré:
—Venid, mansos amigos
del cielo azul,
pobres bestias queridas,
que con un brusco
sacudón de orejas
se espantan de vulgares moscas,
los golpes y las abejas…
Que yo aparezca ante Ti
rodeado de estos animales
que amo tanto,
porque inclinan la cabeza
suavemente y se detienen
juntando sus patitas
con tanta mansedumbre,
que dan lástima.
Llegaré seguido
por millares de orejas,
seguido por aquellos
que llevaron
cestas en sus flancos,
por aquellos que tiraron
de carruajes de saltimbanquis,
o carros con latas y plumeros,
por aquellos que cargan
en sus lomos vasijas abolladas,
y por burras
plenas como odres,
de paso tembloroso,
por aquellos cubiertos
con pantaloncitos
para protegerlos de las
heridas azules y supurantes
que les causan
los tercos moscardones
que los siguen en ronda.
Dios mío,
haz que me acerque a Ti
con los burritos.
Haz que los ángeles
nos conduzcan en paz
hacia frondosos arroyuelos
donde tiemblan cerezas lisas
como la piel sonriente
de las muchachas,
y haz que,
en ese recreo de las almas,
inclinado sobre tus aguas divinas,
yo me parezca a los burritos
que contemplarán
su pobreza humilde
y suave en la limpidez
del amor eterno.
TEMA DE LA SEMANA: «CRISTO CRUCIFICADO O LA POESÍA DEL AMOR»
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de abril de 2022 No. 1396