Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
La segunda parte de el libro del Profeta Isaías, se le llama’ Deútero Isaías’; comprende de los capítulos 40 al 55. Es el profeta de la cautividad de Babilonia; su obra se realiza en la segunda mitad del siglo VI, antes de Cristo.
En la exposición se encuentran lo que literariamente se les considera como ‘poemas’ o ‘cánticos’ del Siervo de Yahveh. Esta parte podría considerarse como el corazón de la Biblia hebrea, aunada a los Salmos.
Son textos proféticos, verdaderamente impresionantes: ‘He aquí que mi Siervo, -Ebed, triunfará’; muchos se espantaron porque estaba desfigurado, no parecía un ser humano. Despreciado y rechazado, hombre de dolores. Él cargó con nuestros sufrimientos. Fue traspasado por nuestras iniquidades, triturado por nuestras culpas. Sus heridas nos han curado. Contado entre los malhechores.
Esta figura a la vez enigmática y a la vez luminosa; es el portador de la Paz. Lo que sobresale en los diversos poemas o himnos, es su inocencia; no responde con violencia. Este Siervo aparentemente derrotado y fracasado será el Triunfador por excelencia. Pone en alto la ‘no violencia’. No pide venganza. Su muerte es el principio para terminar con la espiral de la violencia. Es víctima por la plena reconciliación con Dios y con los hermanos, los humanos. Será signo de vida y esperanza. Él padece por las culpas de otros. No se defiende, no pide venganza.
Dios se revela en este Siervo Doliente, Dios inocente, en cierta manera a través de su Siervo, padece, -´páthein’, como lo señala Orígenes; de aquí podríamos hacer una teología del sufrimiento de Dios, superando las categorías aristotélicas de la esencia de Dios como ‘Acto Puro’.
Dios sufre por su Amor, por todos nosotros; a través de su Siervo se revela al Dios de la Alianza, al Dios bíblico, al Dios que, en la eternidad, no es ajeno a nuestras penas y a la raíz de ellas, el pecado.
Este Siervo justificará a los ‘muchos’, hebraísmo para indicar ‘todos’, siempre y cuando sea aceptado.
Este Siervo Doliente, varón de dolores, es nuevo Adán; en Él se inicia la nueva estirpe de la humanidad. Es el Mesías; nos reconcilia a todos sufriendo. Por eso ha sido constituido ‘Luz de las naciones’ y ‘Alianza de los pueblos’.
Estos poemas o cánticos se han cumplido del todo en Jesús de Nazaret, el Cristo de nuestra Fe por su muerte y resurrección, su pascua, – su ‘peshaj’, paso de este mundo al Padre por su pasión y su muerte. Humillado por nuestros pecados y exaltado por el Padre mediante la resurrección.
El Siervo Doliente de Yahveh, es la profecía de Jesús mismo crucificado con su Corazón traspasado.
Es el signo histórico,- la profecía, del Acontecimiento Jesús de Nazaret. El Evangelio de san Juan, nos da cuenta de ello (Jn 18, 1-19, 42).
En Cristo Jesús, Dios Padre nos ha amado hasta el extremo de entregar a la muerte de Cruz a su Hijo por nuestros pecados y lo ha resucitado para nuestra justificación (cf Rom 4, 25). Ha de ser contemplado en el plano de la historia y en el plano de la fe. Nuestra adhesión a Cristo muerto y Cristo resucitado, implica un acontecimiento histórico, contemplado en la fe, porque Dios mismo intervine en la Historia.
De aquí que nuestra fe cristiana y católica requiere que aceptemos que Jesús realmente murió y resucitó; que murió para redimirnos del pecado y resucitó por nuestra justificación; y murió por nuestro amor, ‘nos amó hasta el extremo’ (Jn 13, 1).
Él llevó nuestros pecados en su cuerpo (cf 1Ped 2,24). Se hizo maldición por nosotros (cf Gal 3,13).
Jesús crucificado da la invitación para seguirlo en obediencia al Padre; poner la vida en total disposición a su voluntad: ‘tener los mismos sentimientos de obediencia que tuvo Jesucristo que siendo de condición divina, tomó condición de esclavo…se sometió a la muerte y muerte de Cruz, por eso Dios lo resucitó y le dio un nombre que está sobre todo nombre (cf Fil 2 ss).
La Adoración de la Santa Cruz, es el momento central de esta celebración del Viernes Santo. Adoramos la Cruz por su relación a la pasión y muerte de Cristo, porque en ella estuvo clavado Cristo, el Redentor de mundo.
Al venerar la Cruz, veneramos a Cristo crucificado. Por eso, ‘brilla el misterio de la Cruz’,-fulget crucis misterium. Ante el Crucificado, que es la suprema manifestación del amor de Dios, solo podemos postrarnos en actitud de adoración reverente: ‘Tu Cruz, adoramos Señor, tu santa resurrección alabamos y glorificamos pues del árbol de la Cruz ha venido la alegría al mundo entero’. ‘Que el Señor se apiade de nosotros y nos bendiga, que muestre su rostro radiante y misericordioso’; ‘Cruz amable y redentora, árbol noble, espléndido. Ningún árbol fue tan rico, en sus frutos ni en su flor. Dulce leño, dulces clavos. Dulce fruto que nos dio’, canta la liturgia de hoy.
Por este madero santo, nos vino la redención. La Cruz signo de ignominia, es signo de victoria. Es la clave para acercarnos un poco a entender el misterio de Dios, -uno y trino, el misterio de Cristo y nuestro propio misterio en tanto personas.
Vinculemos los poemas del Siervo Doliente de Yahvé,- profecía y su cumplimiento pleno en Jesús de Nazaret.
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