Por Raúl Espinoza Aguilera

En este mundo nuestro de las innovaciones y del asombroso progreso tecnológico, de las prisas, de no descansar ni un minuto en horas laborales, me parece que nos hemos ido acostumbrando a “la inmediatez”. Como aquel directivo que solía pedir a sus ejecutivos “quiero que este asunto salga cuanto antes y si no lo terminan a las 6:00 de la tarde, por favor, dediquen horas extras hasta realizarlo bien y me avisan esté donde esté, ¿O.K.?”.

O bien, como en la redacción de los periódicos se solía decir, cuando un periodista le preguntaba a su jefe: “Y esta nota de prensa para cuando la necesita”. Y en forma clara y tajante se escuchaba la clásica respuesta “era para ayer”. O sea, cuanto antes, entre más pronto mejor o “mete el acelerador” porque esto urge.

No todas las personas pueden conducirse durante toda su vida con ese vértigo imparable de velocidad laboral, de resultados “contra reloj”. Como me explicaba una doctora Dermatóloga, a propósito de una reflexión que hacía sobre la sociedad de nuestro tiempo: “Hoy en día, los profesionistas jóvenes viven con demasiadas prisas y presiones, de un modo trepidante, es una espiral que no termina y, naturalmente, eso conduce a enfermedades nerviosas, como la depresión o a dañar su propio organismo como la gastritis, las úlceras, diversos trastornos cardíacos, etc. Cuando era una Doctora joven, nunca viví con semejante estrés y logré realizar mis objetivos. En cambio, esta generación termina por dañar la parte corporal o su salud mental”.

Recuerdo ahora los célebres versos de Santa Teresa de Jesús sobre la paciencia:

Nada te turbe,
Nada te espante;
todo se pasa,
Dios no se muda;
La paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene nada le falta.

Fue una persona que sufrió muchas incomprensiones, persecuciones y una tremenda pobreza, pero nada ni nadie le impidió fundar conventos por toda España. Tenía un tremendo empuje y una vigorosa determinación. Cuando se empañaba en cumplir un objetivo, vencía todos los obstáculos; lo lograba porque era una mujer fuerte y paciente.

La paciencia y la fortaleza

La paciencia está muy ligada a la fortaleza. Cuando se posee esta última virtud se tiene la capacidad de acometer una acción, pero también de resistir todo tipo de sufrimientos y penalidades.

Por ello se dice que una persona es fuerte porque es paciente ante las enfermedades, las adversidades, las numerosas dificultades que se encuentra en el camino, los problemas económicos, pero sale adelante. Es más, tiene la capacidad de llevar con buen ánimo todas estas pruebas por las que pasa y ningún suceso lo desanima. Puede sentir miedo ante una adversidad, pero lo vence con audacia y valentía. Cuando todos los de su equipo se desalientan, él pone el ejemplo de nunca desistir y perseverar en el intento con alegría.

Durante quince años di clases en “Educar, A. C.”, Ixtapaluca, Estado de México, tanto en la Primaria como en la Secundaria y con frecuencia acudían a mí padres y madres de familia con la queja de que sus hijos no les obedecían en temas, como: el orden, el aprovechamiento del tiempo, la puntualidad para comenzar con sus tareas escolares y concluirlas bien. Entonces empleaba una comparación en aquellos lugares rodeados de sembradíos: “Ven aquella plantita que apenas se va desarrollando”. “Sí la vemos”- me respondían. “Pues sus hijos van creciendo poco a poco. Y como a esa plantita no se le puede forzar a que crezca más deprisa porque se rompería ya sea del tallo, de las hojas o se le sacaría de la tierra con todo y raíz. Por lo tanto, se requiere paciencia un año y otro año. Poco a poco sus hijos comenzarán a vivir esos valores que ustedes les están inculcando. Así que ¡paciencia, mucha paciencia!”. Y de este modo concluía mi conversación con aquellos padres de familia.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 17 de abril de 2022 No. 1397

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