Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa

Decir que hay progresos que son auténticos retrocesos no es una idea conservadora vuelta al pasado, sino una actitud progresista de cara al futuro. El progreso vive de una fe casi ciega en que el presente es mejor que el pasado, pero sobre todo espera que el futuro será mejor que el presente. Sin embargo, todo progreso técnico trae consigo, junto con innegables logros positivos, efectos que son claramente negativos. El trigo anda revuelto con la cizaña.

Si la fe en el progreso no debe ser incondicional, no es porque se desee volver al feudalismo y a los tiempos anteriores a la revolución industrial, sino porque ese mismo progreso tecnológico ha potenciado el infierno de la guerra con las armas ABC -atómicas, bacteriológicas y químicas. La tecnificación ha deshumanizado la medicina y las relaciones sociales. La industrialización ha traído el agotamiento de los recursos y los problemas del medio ambiente. La experiencia diaria de la vida en las grandes ciudades nos enseña cómo el aumento de vehículos no trae más movilidad, sino menos.

Los ejemplos menudean. La máquina que, por un lado libera al hombre, por otro lo desocupa, desplaza sus manos y su inteligencia. El antibiótico que resulta eficaz para tal malestar conlleva efectos secundarios indeseables para otras funciones del organismo. O la violación de la intimidad que supone la informática, si no se le pone freno.

No existe tecnología perfecta, inocua, incapaz de consecuencias no controlables. Iván Illich, en reciente entrevista, criticaba las regresiones que trae consigo el progreso, especialmente el de la civilización industrial: “La mayoría de las desgracias creadas por el hombre -desde la ignorancia de los pobres hasta el hacinamiento urbano, la escasez de vivienda y la contaminación del aire-, son subproductos de las instituciones de la sociedad industrial”. Incluso Illich aludía a Némesis, aquella diosa colérica que los romanos veneraban en el Capitolio, la diosa de la venganza que humillaba a los soberbios y castigaba a los orgullosos. Una nueva diosa Némesis parece seguir humillando el mito del progreso que se pavonea de todopoderoso, cuando en realidad es falible, presuntuoso y vulnerable.

El progreso que no está al servicio del hombre, de todo el hombre y de la vida vegetal y animal, es retroceso. Por eso deberían introducirse solamente aquellas innovaciones instrumentales o institucionales que respeten o mejoren realmente la forma de vida humana y el equilibrio de su entorno. ¿Para qué los inventos que atentan contra la salud física, mental y moral de la humanidad? Antes que los sabios introduzcan cualquier innovación, tendrían que hacer lo que Berger denomina “el cálculo del sufrimiento”, esto es, echar cuentas para saber si las ventajas que el invierno reporta a unos cuantos, es a costa de los inconvenientes que se siguen para otros o incluso para todos.

Separar el trigo de la cizaña que crecen juntos en el campo, he aquí la lección del antiguo agricultor al flamante hombre de ciencia.

El Sol de México, 16 de noviembre de 1989; El Sol de San Luis, 25 de noviembre de 1989.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de abril de 2024 No. 1502

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