Por Jaime Septién

El primer debate presidencial resultó aburridísimo. Ninguna de las tres “candidaturas”, como decía uno de los moderadores, resultó ni medianamente atractiva. Iban a lo que iban: uno a reírse, la otra a atacar y la puntera (según las encuestas) a refugiarse en tablas, hablando de sus trofeos. ¿Los ciudadanos? Bien, gracias.

¿De qué sirve un debate donde no hay debate? ¿Usted, amable lector, iría a un partido de fútbol en el que los dos equipos decidieron, de antemano, que iban a quedar cero-cero? Por supuesto que no. Inventaría cualquier pretexto para evitar perder su tiempo.

Dos horas de transmisión, varios millones de pesos gastados (de nuestros bolsillos) para escuchar nada, humo, promesas, propuestas que suenan bien pero que nunca dicen ni el cómo ni el con qué se van a llevar a cabo. Todos a favor de las nuevas agendas, buscando el voto. Nada más.

Qué oscuro panorama se ve en la política mexicana. Qué gran decepción nos dejan “las tres candidaturas”. El árbitro, que debería desaparecer de la cancha, finalmente se metió demasiado en el juego. Y acabó embrollando todo. ¿Por qué no se les dice?: señoras y señor, tienen ustedes quince minutos cada uno para explayarse y luego polemizar de cara al público. Además, con la obligación de responder a las preguntas que los moderadores vayan introduciendo. No sé: otro formato. Este ya caducó

Visto como lo vimos el 7 de abril, esto no va a ninguna parte. Los ciudadanos siguen siendo carne de voto. No protagonistas. Y mientras no tomemos ese papel, seguiremos bostezando o haciendo apuestas a ver quién repite más una palabra, se equivoca, trastabilla o pone el escudo nacional al revés. Y, por favor, quiten esas láminas que presentan como evidencias de la maldad del otro o de la otra, y que no se les entiende ni jota.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de abril de 2024 No. 1502

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