Por Jaime Septién
Josué García, el “Tortolita” se despertó temprano la mañana del sábado 26 de marzo. Tenía que llegar al “trabajo” a eso de los ocho, que era la hora en que pasaba el bus de la línea “Esmeralda” a la altura del kilómetro 28 de la ruta al Pacífico, en las inmediaciones de la autopista Palín-Escuintla, en el Municipio de Santa Lucía Cotzumalguapa, Departamento de Escuintla, en Guatemala.
La mañana de ese sábado estaba limpia, tranquila. El “Tortolita” saludó a su madre, con la que vivía, tomó apresuradamente su magro desayuno, cogió sus herramientas de “trabajo” y se despidió. Tenía que reunirse con su compañero Vidal para trepar juntos el bus extraurbano y comenzar así su jornada habitual.
Fiel a la cita, el autobús de la línea “Esmeralda” llegó hasta el lugar donde Josué y Vidal le señalaron la parada. El vehículo se detuvo y ambos entraron y, de inmediato, sacaron las pistolas que llevaban escondidas y amagaron al chofer y a los somnolientos pasajeros que despertaron de golpe a la terrible realidad: iban a ser despojados de sus pertenencias por dos ladronzuelos.
Un trabajo cotidiano
Era la rutina. Amenazar, golpear a uno o dos pasajeros que se resistieran, inmovilizar al conductor, despojar de celulares y dinero a los usuarios de la ruta y luego, salir huyendo de regreso a su casa para repartirse el botín, vender los teléfonos en el mercado negro y malbaratar alguna que otra prenda al mejor postor.
Generalmente el “trabajo” matutino terminaba 10 minutos más tarde. Pero ese sábado no fue así. Uno de los pasajeros decidió que ya estaba bien de escuchar las amenazas y los insultos del “Tortolita” y su compañero. Sacó un arma y le disparó a Josué, segándole la vida en ese instante. Vidal abandonó el bus, pero al tratar de huir se torció un tobillo y fue rápidamente detenido.
La Policía Nacional Civil de Guatemala informó que el compañero de Josué García se llama Vidal Alfredo Barillas Herrera, tiene 26 años, y se le incautó su herramienta de “trabajo”: un revólver calibre 38 especial, con cinco balas y un casquillo percutido. El cadáver de Josué quedó tirado en el interior del vehículo, mientras que el pasajero que le disparó se marchó del lugar.
“No hacía daño a nadie”
Hasta ahí fue a reconocerlo su madre. Y las declaraciones que dio han circulado ya por medio mundo, reflejo de la enorme descomposición moral que existe en muchos pueblos de América Latina. Según medios de comunicación guatemaltecos, las declaraciones de la madre del “Tortolita” fueron de reclamo de inocencia:
“Mi hijo se levantó temprano para asaltar los buses, como siempre, pero me lo mataron… No hacía daño a nadie, no le disparaba a nadie, solo los asustaba y después los asaltaba”. Y acto seguido exigió justicia. Sin embargo, la Policía confirmó al medio guatemalteco Soy502 que García tenía antecedentes criminales y que había sido detenido en otras ocasiones por delitos de robo, portación de droga y extorsión.
El filósofo católico Dietrich von Hildebrand hablaba en su libro de “Ética” de la ceguera moral que existe en el mundo actual, la ceguera por los valores, y en otro texto (“Santidad y virtud en el mundo”) de la tergiversación de la “eficiencia” del trabajo como única medida para situarse en el mundo.
Hacía bien su trabajo
Las declaraciones de la madre del “Tortolita” son un reflejo monstruosamente triste de estas dos realidades. Y de lo que pasa en las calles de México, de Guatemala, de Honduras…. “La eficiencia ha tomado el puesto de la virtud”, escribe von Hildebrand. Y hasta que una bala del justiciero anónimo se le cruzó en el camino, al “Tortolita” le iba bien, hacía bien su chamba, robaba cada mañana.
Que tristeza la muerte del hijo, que terrible la violencia, el robo, el estupro. Y qué perversión hay en declarar que el muchacho había salido a “hacer su trabajo como cada mañana”. Descanse en paz.
*Publicado en Aleteia 29 / III / 2022
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 3 de abril de 2022 No. 1395