P. Antonio Escobedo c.m.
6º Domingo de Pascua (Jn 14,23-29)
Después de cinco semanas de Pascua y cuando todavía nos faltan dos más para Pentecostés, necesitamos asegurarnos que no decaiga ni el tono ni el ritmo de la fiesta. Todavía es tiempo de continuar celebrando con fervor estos días de alegría en honor a Cristo Resucitado. Siete semanas son un período que puede parecer algo largo para una fiesta, pero la Pascua, que es el corazón de todo el año Cristiano, es tan importante que vale la pena celebrarla con esa intensidad.
Este domingo seguimos leyendo parte del discurso-oración de Jesús en la Última Cena. Aquí, Jesús prepara a sus discípulos para que puedan continuar su misión cuando Él se haya marchado. La partida del Maestro no debería de causar tristeza ni miedo. La clave para lograrlo es el amor. El amor que nos tiene Dios. El amor que nos ha manifestado en Cristo Jesús. El amor que hemos detenernos los unos con los otros. Y además, un amor universal, sin fronteras. Si observamos con atención, descubrimos que la palabra amor se repite constantemente en el pasaje que leemos este día. Tal repetición, lejos de ser monótona, parece una melodía rítmica que deleita nuestra alma. Así es el amor, entre más lo vivimos más nos llena y plenifica.
Ahora bien, recordemos que, ante todo, el amor cristiano tiene su origen en Dios. Más aún, el evangelista se atreve a definir a Dios de una manera valiente y concisa: Dios es amor. La iniciativa la tiene Él y su amor es totalmente gratuito. Es bueno tener presente que amor no nace de nuestro buen corazón, sino que es como una chispa del amor que nos comunica Dios: “el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios”. La mejor manera de recibir este amor es por medio del Hijo que nos ha amado con el mismo amor con que a Él le ama el Padre: “como el Padre me ha amado, así les he amado yo”. Este amor es gratuito, anterior al que nosotros le podamos tener: “no son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido”.
El amor toma un matiz especial en tiempo de Pascua. Por eso vale la pena reflexionar sobre la calidad de nuestro amor. Un examen para darnos una idea de qué tanto estamos asimilando la Pascua del Señor es medir con sinceridad cuánto ha ido creciendo en nosotros dicho amor. Recordemos que la motivación más profunda de ese amor no es nuestro buen corazón, sino la fe: el que se siente amado por Dios y por Jesús, está más dispuesto amar. ¿Amamos de verdad? ¿Nos amamos y respetamos a nosotros mismos? ¿Somos capaces de entregarnos por los demás o termina nuestro amor apenas se pierde el interés o empieza el sacrificio?
Se nota que estamos celebrando bien la Pascua cuando vamos entrando en el estilo de actuar de Jesús. Según el evangelio de hoy, se tiene que ver en nuestra vida que hay más amor. Es cierto, la palabra amor está muy desgastada en nuestra sociedad. Todo mundo habla de él. De hecho, es muy fácil hablar, decir palabras bellas y hasta poesías inspiradoras. Nosotros que seguimos al resucitado necesitamos poner atención para evitar ese peligro y seguir la lógica del amor tal como nos la presenta Jesús.