Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

A nivel coloquial, con frecuencia se oyen palabras con poco discernimiento, mucho simplismo y con aparente autoridad: ‘todas las religiones son iguales’. Mínimo tendríamos que aplicarles cierta dosis de analogía, ’en parte sí y en parte no’. Ciertamente existen elementos comunes, pero grandes diferencias de modos accidentales o de carácter esencial.

 El hombre busca a Dios, la historia del pensamiento y las religiones dan cuenta de ello; su camino hacia Dios puede propiciar su encuentro en un abanico de posibilidades, de las cuales podemos conocer una bien documentada ‘historia de las religiones’, como la obra de Franz König, ‘Cristo y las Religiones de la Tierra’ y otras. En un plano de análisis racional se podría estudiar ‘La filosofía y la fenomenología de la religión’, así nos daríamos cuenta que el tema no es tan simple y requiere un estudio mayor para poder conocer e interpretar adecuadamente el hecho religioso, a nivel de historia, a nivel de sociología, de psicología, o  a nivel filosófico tanto en la antigüedad, como en la época medieval, moderna y contemporánea; algo nos aportan, por ejemplo, Karl Jaspers o Maurice Blondel.

Hay que considerar lo que decía Julien Green en esta perspectiva antropológica de la búsqueda de Dios: ‘Dios no habla. Pero todo habla de Dios’

La perspectiva cambia si se atiende al judaísmo y al cristianismo: Dios ha entrado a la historia; Dios es el interlocutor del hombre, Dios sale al encuentro del hombre. Este es un cambio radical y esencial. Dios a través de acontecimientos y palabras se autorrevela y nos da a conocer su designio de salvación. Designio de sabiduría, de benevolencia y de amor que está orientado a hacernos partícipes de su ser y de la plena comunión con él, en el tiempo y en la eternidad.

Así eligió a Abrahán y a su descendencia, hizo Alianza en el Sinaí y les da su Ley por medio de Moisés; por medio de los profetas los fue encaminando progresivamente; Dios anuncia una Nueva, eterna y definitiva Alianza, que se realizará a través del Mesías, el Hijo de David, cuyo nombre es Jesús.

Quienes profesan la religión de Israel, son nuestros hermanos mayores, -como gustaba llamarlos san Juan Pablo II; pero ellos valoran y se limitan a lo que llamamos el Antiguo Testamento; nosotros también como Palabra de Dios, pero entendemos que, en Jesús el Cristo, se tiene la plenitud de la Revelación; la Revelación fue progresiva, desde Abrahán hasta Jesús. Por las razones que fueren, no dieron el paso a vivir la Pascua de Jesús. Quienes lo aceptaron, israelitas de su tiempo, como los Apóstoles y tantos otros como consta en el libro de los Hechos de los Apóstoles.

En el siglo primero de nuestra era, en Antioquía, a los discípulos de Jesús, los que seguían el ‘Camino’, se les empezó a llamar ‘cristianos’. Somos quienes aceptamos como plena y definitiva la etapa de la Revelación o automanifestación plena en Jesucristo, el Verbo encarnado y él mismo Autorrevelación plena de Dios y él mismo Acontecimiento de salvación.

San Juan de la Cruz nos lo dice magistralmente: ‘Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio ha de ser oída del alma’ (Dichos de amor, 99); ‘…ni para que Él hable (el Padre) ya ni responde como entonces (A.T.), porque en darnos como nos dio a su Hijo que es una Palabra suya -que no tiene otra-, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más qué hablar’ (Subida al Monte Carmelo L 2, c 22,3); ‘Si te tengo  habladas todas las cosas en mi Palabra , que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos solo en él, porque en él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas’ (Íbidem 22,5).

Seguimos en Cristo, el Nuevo Testamento,- sin olvidar que ‘ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo’, según san Jerónimo, o aquello de ‘en el  Nuevo Testamento se manifiesta,-patet, el Antiguo y en el Antiguo está oculto,-latet, el Nuevo’.

En Cristo resucitado tenemos una vida nueva (cf Rm 6,4) con un mandamiento nuevo que incluye y supera todas las leyes del Antiguo Testamento, porque es mandato del Señor: ‘les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros como yo los he amado (Jn 15,12). La novedad radica en que hemos de amar como él, desde él y con él, con su gracia, como creaturas nuevas. Porque ¿qué difícil es amar a los enemigos, a los que nos odian y calumnian, a los que nos dañan de todos los modos imaginables?

Actualizar el misterio de Cristo en nosotros por la entrega, hasta la muerte de Cruz.

Qué fácil es amar a los que nos aman; a los que nos son simpáticos y a los que nos favorecen. Solo el mandato nuevo de Jesús puede cambiar la faz de la tierra y hacer vivas nuestras comunidades cristianas, que no se conformen con cumplir ciertos deberes religiosos o responder a una cierta costumbre religiosa heredada de los mayores. Eso está bien; pero es un paso. No olvidemos la sentencia del juicio final como lo enseña Jesús: ‘¡Apártense de mí malditos, vayan al fuego eterno, preparado para el Diablo y sus ángeles! porque tuve hambre y ustedes no me dieron de comer…’(Mt 25, 41 ss).

Este mandamiento nuevo, es lo específicamente cristiano y lo que señala la identidad propia de los discípulos y apóstoles de Jesús.

Este mandamiento de Jesús promueve lo que nos une: ‘unidad en lo esencial, libertad en lo accidental y en toda caridad’, como nos enseña san Agustín.

El amor mutuo tal y como Jesús lo enseña, nos hace responsables de los demás y nos lleva a tener un espíritu de generosidad, de servicio y colaboración.

Esta línea del amor nos abre el camino hacia Dios; no es otro. Nos abre a la vida verdaderamente espiritual. Desde el amor se clarifican las ideas y se conoce la vocación a la cual es Señor nos llama, sea al matrimonio, sea a la vida consagrada, sea a la vida sacerdotal porque es ‘tarea de amor apacentar a la grey del Señor’-si diligis, pasce, enseña san Agustín. También debe ser el sello de nuestra vida cotidiana y profesional.

El amor es esencial para la persona; sea recibir amor, sea dar amor, en un momento de verdadera madurez humana y espiritual.

Babel es la ciudad de la confusión, de la división, de las polarizaciones y de las montañas de mentiras; se escucha el canto viejo del odio y de la violencia. Es la tierra de las lágrimas, de los lamentos y de los crímenes.

Falta el amor, el mandamiento nuevo del amor mutuo; es éste el canto de la alegría y el canto nuevo de la paz y de la felicidad.

Por el amor, Cristo hace nuevas todas las cosas; por el amor en Cristo pertenecemos al cielo nuevo y a la nueva tierra; constituimos la Jerusalén del Cielo. (cf Ap 21, 1-5ª).

El mandamiento nuevo del amor, del amor mutuo, para superar incomprensiones, todo tipo de divisiones, para superar todo obstáculo, necesitamos el participar de la Eucaristía, con fe, con devoción, abiertos a la comunicación del Espíritu Santo que es su fuerza y el que renovará la faz de la tierra, si somos dóciles a su acción de amor y benevolencia.

El amor mutuo, sin cortapisas, es el Testamento de Jesús.

Imagen de u_uf78c121 en Pixabay

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