Por P. Fernando Pascual
Siempre resulta difícil conocer, de verdad, a otros, incluso muy cercanos. Por eso, aunque convivimos por años y años con un familiar, un compañero de trabajo, un amigo, a veces no tenemos una idea clara de lo que ha vivido y lo que experimenta ahora.
Uno de los misterios más indescifrables está en ese pasado que cada uno lleva consigo. Ese pasado misterioso esconde que un familiar tuvo un trauma en la escuela que lo marcó para siempre, o que un amigo sufre todavía hoy porque no supo ayudar a una persona necesitada que encontró hace años en la calle.
El pasado, conocido o desconocido, no determina lo que cada uno decide ahora, en medio de los deseos, miedos y esperanzas del ahora. Pero ese pasado marca a cada uno de maneras insospechadas, y explica por qué piensa, dice y decide ciertas cosas en el presente.
Acceder al pasado desconocido es algo difícil, sobre todo respecto de ciertos temas que uno guarda en su intimidad. Nadie puede forzar a otro a hablar, menos sobre asuntos que tienen una relevancia enorme en la biografía de una persona.
Pero hay oportunidades que permiten que ese familiar o amigo desvele un poco de su historia, comparta una alegría muy especial o una pena profunda, y así nos permita comprender un poco mejor lo que ahora es y sus maneras de afrontar ciertos asuntos.
Solo hay un corazón capaz de conocer plenamente, incluso mejor que nosotros mismos, el pasado que marca cada existencia humana: el corazón de un Dios que es Padre, que ama a cada hijo, que tiende continuamente lazos con los que nos invita a la maravillosa vocación del amor.
Sea cual sea nuestro pasado, en Dios podemos encontrar comprensión, ayuda, misericordia y, sobre todo, una fuente de esperanza para seguir adelante. Entonces podremos acoger a quienes, a nuestro lado, tienen una historia muchas veces muy semejante a la nuestra…
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 24 de abril de 2022 No. 1398