Las familas de los Caballeros de Colón de Polonia abren sus corazones y casas a los refugiados ucranianos

Por Adrian Walczuk

Cuando el Beato Michael McGivney fundó los Caballeros de Colón, uno de los objetivos principales de la nueva orden fraternal fue ayudar a las familias necesitadas, especialmente a aquellas que habían perdido a su sostén. Las vicisitudes de estas familias estadounidenses del siglo XIX se reflejan hoy en la experiencia de los refugiados de Ucrania, la mayoría de los cuales son mujeres y niños. Mientras muchos de sus esposos y padres se quedaron para defender a su patria, ellos se encuentran en países extranjeros solos, con pocas pertenencias y un futuro incierto.

Millones de ellos huyeron de Ucrania en las primeras semanas de la guerra; la mayoría de ellos, a Polonia, donde los Caballeros se han movilizado para recibir a las familias en la frontera, las parroquias y sus hogares. Tan pronto como comenzó la invasión rusa, el Consejo de Estado de Polonia respondió al llamado de la Conferencia de Obispos de Polonia para albergar refugiados y elaboró una base de datos de opciones de vivienda de mediano a largo plazo que incluyó a las familias de Caballeros de Colón que estaban dispuestas y listas para abrir las puertas de sus hogares. Aquí se comparten tres de estas historias de Caballeros.

Un espacio que podemos compartir

Dominik y Marta Kołodziej siempre han estado abiertos a recibir huéspedes. La decisión de dar la bienvenida a refugiados en su hogar de Cracovia, Polonia, surgió naturalmente.

“Estábamos enfrentando un influjo de personas que huían de la guerra, que habían perdido sus hogares, que perdieron ese sentido de seguridad que tenemos aquí”, dijo Dinik, un miembro del Consejo del Beato Michal Sopoćko 17667 de Cracovia.

Los Kołodziej tienen dos niños pequeños, Nikodem, de 6, y Dominika, de 3, y esperan a su tercer hijo en junio, pero no tenían dudas.

“Ya desde el primer día de la guerra, cuando vimos que las personas estaban huyendo del bombardeo y buscando refugio, acordamos que este era un espacio que podemos compartir”, recuerda Marta.

Dominik y Marta dejaron libre una habitación de su casa y cinco días después, el Miércoles de Ceniza, recibieron a huéspedes de Odessa, Ucrania: Inna, su hija de 12 años, Eleonora y su madre, Tatiana. Se comunican entre sí principalmente en inglés, pero también en sus idiomas nativos.

Inna, cuyo esposo murió hace varios años, huyó con su hija solo unos días después de que estallara la guerra. Recordó el primer día del conflicto, cuando los sonidos de las bombas las despertaron temprano en la mañana y se apuró para salir a comprar alimentos y medicamentos.

“Mientras estaba en la farmacia, una terrible explosión provino de la calle y la empleada de la farmacia, una joven, se asustó tanto que se sentó en el piso”, dijo Inna. “Le pedí que se levantara y no tuviera miedo porque las personas necesitaban medicamentos. Aterrada de que mi casa estuviera siendo bombardeada, tomé mis compras y volví para encontrame con mi hija, que me estaba esperando”.

La madre de Inna, Tatiana, inicialmente quiso quedarse en su casa en Odessa, pero después de esconderse en sótanos durante una semana, huyó en un auto por 800 kilómetros (500 millas) hasta Lviv y, finalmente, llegó a la frontera con Polonia.

“Tanto los jóvenes como los mayores estaban muy asustados. Francamente, no sabíamos cómo sobreviviríamos”, dijo Tatiana. “Llegamos a una muy buena familia aquí en Cracovia. Dominik y Marta nos recibieron con tanta calidez y generosidad”.

Desde entonces, las dos familias han vivido juntas como una, compartiendo una sala de estar, un baño y una cocina en común.

“Dios es un punto de referencia importante para nosotros en este espacio en común”, dijo Marta. “Cristo nos enseña a alimentar a los hambrientos, dar la bienvenida a los recién llegados, a apoyarnos unos a otros”.

Al principio, Dominik asumió que recibir huéspedes se sentiría como un sacrificio. “Pero resultó ser bastante opuesto”, dijo. “Nos llevamos muy bien. Ya nos sentimos como miembros de la familia entre nosotros”.

La bienvenida de los Kołodziej ha permitido que Inna y su familia procesen su experiencia y piensen en el futuro.

“Estábamos en shock. Durante las primeras dos semanas, no entendíamos nada de lo que había pasado”, dijo Inna. “Pero luego, gracias a su actitud amigable y hospitalaria, comenzamos a pensar en cómo vivir, cómo hacer planes”.

Publicado en kofc.org

En la foto: Desde la izquierda, Tatiana, Inna y Eleonora aparecen con Marta y Dominik Kołodziej y sus dos hijos, Dominika y Nikodem, afuera de su casa en Cracovia. Foto de Sebastian Nycz

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