Por P. Fernando Pascual
Hay tomates, falta sal. Hay ventanas, faltan persianas. Hay salud, falta dinero. Hay dinero, falta salud.
Cada uno puede notar qué cosas están presentes, casi disponibles, para hacer la vida un poco más completa y más feliz.
También puede notar cosas que percibe como ausentes, indisponibles, lo cual lleva a pensar que la vida sería incompleta y triste.
En realidad, a nuestro alrededor hay muchas cosas que no siempre percibimos, o a las que damos poca importancia.
Igualmente, son casi infinitas las cosas “que faltan”, muchas de las cuales no nos causan angustias porque no las vemos como necesarias.
Nos alegra ver que hay eso que sentimos como importante, necesario, para nuestro bien y el de los seres que amamos.
Nos entristece constatar que falta lo que pensamos que sería bueno, aunque en realidad hay cosas que faltan que no son realmente necesarias.
Lo importante es reconocer que no podremos conseguir tantas cosas que faltan, y que muchas de ellas no son ni necesarias ni convenientes.
Reconocer eso nos hará adaptarnos con serenidad a lo que tenemos en nuestras manos y a usarlo de modo prudente y agradecido.
Al mismo tiempo, nos permitirá centrar la atención sobre aquello que falta y que, al mismo tiempo, merece nuestro esfuerzo para conseguirlo y así mejorar nuestras vidas.
No siempre se consigue aquello que nos falta y que resulta necesario, por lo que una sana resignación evitará que sintamos angustias al constatar la ausencia de cosas buenas.
Pero siempre podemos agradecer a Dios por lo que hay, y esforzarnos para usarlo del mejor modo posible; es decir, para ponerlo al servicio de la tarea más hermosa que tenemos en la tierra: crecer en el amor.
Imagen de Rondell Melling en Pixabay