Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro
Allá por los años 60 del pasado siglo, apareció un librito del Padre Jean Danielou con un título que, para entonces, pareció provocador: Los Santos Paganos del Antiguo Testamento. Pero, la veneración de algunos personajes ejemplares del Antiguo Testamento nunca faltó en la iglesia desde sus orígenes. Era puro escándalo farisaico,
Problema más serio lo presentan otros personajes venerados y no pertenecientes a la raza y religión de Abraham, sino a religiones llamadas paganas, naturales o cósmicas, porque se sustentan en la búsqueda y presencia de Dios en la naturaleza o en el cosmos, no a la divina Revelación. A ellas pertenecen las religiones precristianas nuestras. Esto sí ha provocado un escándalo mayor, pues esos personajes ejemplares, aunque aparezcan en la Biblia, vivieron antes de la Alianza de Dios con Abraham. No son judíos ni cristianos, sino paganos. Aquí enumeramos tres: Abel, Abraham y Melquisedec.
Los tres se nombran en la Oración oficial de la Iglesia, la santa Misa: 1°) El sacrificio del justo Abel, que preludia el Sacrificio de Cristo, asesinado por nosotros, sus hermanos, y cuya sangre clama al cielo, no venganza sino misericordia. 2°) El sacrificio de Abraham, padre nuestro en la Fe, que ofrece a su hijo en sacrificio y así muestra obediencia y confianza en Dios, pero inmola un Cordero, suprimiendo todo sacrificio humano. 3°) El sacrificio de Melquisedec, rey y sacerdote del Dios Altísimo, que ofrece los dones de pan y vino, síntesis hermosa de toda la creación, y signo de hospitalidad en la Jerusalén celestial.
Estos tres tipos de sacrificios, ofrecidos a Dios con fe y recta intención, son asociados al Sacrificio de Cristo en el Canon romano de la Misa, y de Él reciben toda gracia y bendición. Así ora y cree la Iglesia. El cristianismo es, pues, una religión incluyente, que asume y redime toda obra humana realizada con pureza de corazón, imperfecta o equivocada tal vez.
Recordemos que los católicos celebramos los “Misterios de la vida de Cristo”, el Misterio Pascual, hechos históricos, no Ritos ni Mitos naturales, cósmicos, aunque sean religiosos. Tampoco los rechazamos en bloque, sino que los incorporamos y asociamos al sacrificio de Cristo en lo que tienen, a veces mucho, de noble y bueno. A los dolores, sollozos y lágrimas de Cristo en la Cruz, quedan así integrados e incorporados los dolores y lágrimas de la humanidad entera, las sollozantes mitologías de nuestro Poeta católico. Las imperfecciones desaparecen cuando hay conciencia recta y buena voluntad.
Pongo a la vista un pequeño –enorme- ejemplo: Dos obras majestuosas, las Pirámides de Teotihuacán y el Acueducto del Padre Tembleque, tan cercanas en la geografía y tan distantes en su significado (cosmovisión-teología). a) Teotihuacán, prácticamente una pira, donde los humanos tenían que morir entre llamas, para dar vida a sus dioses. Sin la sangre del hombre no hay vida para su dios. La guerra florida, matar para su dios. b) El Acueducto del “frailecillo cosa de nada”, que empeña y da su vida para llevar la salud, la felicidad y la paz a la sedienta población de Otumba y sus alrededores. Lo mueve sólo el Evangelio, Cristo presente en el hermano y al servicio del hermano. Dar la vida para dar vida es el meollo del Evangelio, y del Credo: “Por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo… O, en boca de san Ireneo: La gloria de Dios es el que el hombre viva.
El poema de Ramón López Velarde nos dice, con su arte, a los católicos, que ya es hora de liberarnos de mitos y mitologías sollozantes, y de plantarnos de cara a nuestra Fe para transformar –aquí sí de verdad- el México bronco de los violentos, en una Patria suave, “alacena y pajarera” para todos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 8 de mayo de 2022 No. 1400