Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Estamos anegados por los conocimientos de todo; algunos verdaderos, pero que llevan a una visión parcial y unidimensional de la realidad; otros que son estrictamente falsos. La confusión es grande. Necesitamos un auténtico discernimiento, sencillo y sin mayores implicaciones epistemológicas.

Podríamos empezar a preguntarnos, -siguiendo planteamientos antiguos desarrollados por Jaques Maritain en ‘los grados del saber’ ¿qué ciencias pertenecen al campo de lo físico, tangible, material, incluso todo lo que implique lo biológico? Podríamos decir todo lo que implique la naturaleza de orden material y de la vida orgánica. Este sería el primer grado de abstracción o de inteligibilidad en orden a conocer esa realidad material y corpórea. Éste ya es un primer paso para clarificar cierto orden de conocimiento.

El segundo grado de inteligibilidad que se ubica propiamente en el amplio nivel de la matemática, con todas sus ciencias, que se circunscribe al conocimiento de la cantidad en cuanto tal, al número, a la extensión, tomadas en sí mismas.

El tercer grado de inteligibilidad, diríamos, es el propiamente filosófico-metafísico; pretende un conocimiento que está por encima de la naturaleza sensible y de la misma matemática, para conocer a Dios, al hombre, a todos los seres en ese nivel: la esencia, la existencia, la verdad, la bondad, la belleza, etc.

Con este planteamiento sencillo, sin mayores pretensiones, de abstracción formal o de tipo inteligible para ubicar estos conocimientos en las diferenciaciones esenciales de las ciencias y evitar confusiones dañinas para lograr una visión pluridimensional y total de la realidad compleja.

Qué gran importancia tiene hoy el someternos dócilmente a las ‘lecciones de lo real’, más allá del conocimiento sociológico y de la hiperinformación.

Por supuesto, hay otros ámbitos de conocimiento, como el conocimiento teológico o la experiencia mística; el primero parte de la Revelación, contenida en la Sagrada Escritura enseñada por la Iglesia a través de los siglos y profundizada y explicada por los Padres de la Iglesia, los Doctores de la Iglesia y los teólogos eminentes de la antigüedad, del medioevo, hasta nuestros días.

Así conocemos y profundizamos en lo que Dios nos ha revelado, con toda seriedad, conociendo los signos de credibilidad y todo el ámbito de las disciplinas teológicas.

Todas las disciplinas teológicas siguen la profundización de la tradición bíblica, de la tradición patrística; están abiertas al conocimiento teológico de la escolástica, los planteamientos contemporáneos de teólogos eminentes como von Balthasar, Rahner, Bruno Forte, Olegario G. de Cardedal y otros;  por supuesto, siguen humildemente la voz del Magisterio de la Iglesia.

El misterio de Dios es un misterio infinito; hemos de conocer la grandeza de su ser, ya que estamos llamados a conocer la presencia y la acción de Dios, su relación con el hombre, el misterio de la Encarnación del Verbo, la misión del Espíritu Santo, la misión de la Iglesia, el misterio divino por excelencia que es el misterio trinitario

Pero, hay un conocimiento de carácter experimental, -llamado místico, que versa sobre las profundidades del misterio mismo de Dios; se trata de ‘sentir la vida de Dios’, como lo enseña san Juan de la Cruz, en ‘la llama del amor viva’. Diríamos, es la presencia y la acción de las divinas personas en el alma de quien está en gracia; es una presencia y acción reales y ontológicas en el fondo de nosotros.

La fe, la esperanza y la caridad teologales, cumplen su misión aunadas y dinamizadas por los dones del Espíritu Santo.

Nuestro conocimiento analógico, nos permite profundizar racionalmente en el misterio de Dios, en el nivel filosófico y teológico; pero en éste nivel ‘a lo divino’, por la acción y el impacto de la acción misma de Dios, nuestro conocimiento sería, como lo llama Jacques Maritain, ‘sobreanalógico’, porque Dios siempre es más y no podemos tener ese conocimiento comprehensivo de Dios, de modo que lo agotemos. Nuestros conceptos son superados, por este conocimiento participado, -desde la mediación de la humanidad santísima de Jesús, como Dios se conoce en sí mismo,

Es de desear que este conocimiento desde Dios, esta visión de objetividad sobrenatural, nos permita ver la realidad, las personas, los acontecimientos, desde el misterio de Dios, desde su acción en nosotros. Ya no solo conocer a Dios como él se conoce y amarlo como él se ama, sino sumergidos en el misterio de Dios, percibir todo; contemplando, su inmensidad, su poder, su acción en las cosas, desde esa perspectiva de Dios Creador, -el Padre, Dios Redentor, -el Hijo y Dios Santificador, -el Espíritu Santo.

La fiesta litúrgica de la Ascensión del Señor, podría ser ésta su gran bendición (Lc 24, 46-53) para todos nosotros; es su último gesto, que podría ser el primero en orden a contemplar todo desde él; el tener esa visión de objetividad sobrenatural desde Cristo Jesús y con Cristo Jesús, inmolado, glorificado y ascendido a la derecha del Padre

Todo el misterio de Cristo, desde su encarnación, su vida, su pasión, su muerte y su resurrección; desde la celebración, la participación y la contemplación de Cristo en la Eucaristía, que es Cristo vivo, inmolado, presente y resucitado; desde la vivencia de la presencia de la inhabitación de las divinas personas en el alma del justo y en la Iglesia, -multitud aunada por la Trinidad.

Así podrá gustarse ya la felicidad, que parece imposible e inalcanzable. La felicidad se encuentra en la salvación, como lo enseña este teólogo trinitario, -excelente, Gisbert Greshake; felicidad que implica la esperanza y que está en la dirección de la felicidad última y definitiva en la gloria. Si creemos en el Cielo, amamos la Tierra.

Con la Ascensión, Cristo el Unigénito del Padre, en su condición de ‘hijo del Hombre’, participa de la gloria que le correspondía como Hijo del Padre; por su obediencia de Hombre siervo, hasta la muerte y muerte de Cruz, es exaltado y toda rodilla se ha de doblar en el cielo, en la tierra y en los infiernos, porque él es el Señor (cf Flp 2, 7-11; Mt 28, 18; Col 3,22).

En esta celebración de la Ascensión, nos alegramos y saltamos de júbilo, porque el Padre ha constituido a su Hijo, como soberano de todo y sobre todos.

En la Ascensión de Cristo a la gloria del Padre, nos deja su bendición que estará presente en el hoy y en el futuro de la Iglesia y de la humanidad.

La verdad de Cristo, verdad objetiva de los sobrenatural, ha de ser nuestra verdad subjetivada y personal.

Esta visión objetiva de lo sobrenatural y pluridimensional, nos puede liberar de toda violencia, de las guerras fratricidas y de las soberbias autócratas.

Imagen de SplitShire en Pixabay

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