La terrible masacre perpetrada en un templo católico de Nigeria no ha recibido la importancia que merece en muchos de los principales medios de comunicación del mundo. De hecho, hay un sufrimiento de segunda clase que provoca otro sufrimiento, que proviene de sentirse olvidado, de ver que el propio dolor, por grande que sea, no es digno de atención.
Por Sergio Centofanti / Vatican News
Resulta llamativo navegar por internet entre los principales periódicos del mundo y no ver entre las primeras noticias, salvo algunas excepciones, el drama de la masacre perpetrada en una iglesia católica de Nigeria durante la misa de Pentecostés. En los medios de comunicación africanos llevamos décadas leyendo la denuncia de que el continente está fuera de la atención internacional, no solo por sus tragedias, sino quizás también y, sobre todo, por lo que hay de bello y positivo en dicha tierra. No se trata de un lamento victimista, sino de la simple constatación de una realidad: el desinterés de tantos por la humanidad de África frente a los muchos intereses, ocultos y manifiestos, por sus recursos.
Las imágenes de la matanza son terribles. Es un misterio el mal que se abate ferozmente sobre personas indefensas que rezan en un día de fiesta y que mata tantas vidas, incluso las que siguen viviendo. Hay tantos niños entre las víctimas. Llama la atención ver tanto dolor desatendido, la indiferencia, la falta de compasión, el no detenerse ante los que sufren.
Hay muchas guerras y crisis olvidadas, no solo en África. Basta con pensar en Siria, Yemen, Afganistán, Myanmar y Haití, por nombrar solo algunos. Al pensar en estos sufrimientos olvidados, al pensar en esta pequeña ciudad nigeriana, Owo, escenario de una dramática masacre, me viene a la mente la profecía de Isaías cuando dice que un día los pueblos verán la justicia de Dios y cada ciudad desatendida, cada persona olvidada y abandonada verá claramente el amor de su Salvador:
“Tú serás llamada con un nombre nuevo, puesto por la boca del Señor. Serás una espléndida corona en la mano del Señor, una diadema real en las palmas de tu Dios. No te dirán más ‘¡Abandonada!’, sino que te llamarán ‘Mi deleite’, y a tu tierra ‘Desposada’. Porque el Señor pone en ti su deleite y tu tierra tendrá un esposo. Como un joven se casa con una virgen, así te desposará el que te reconstruye; y como la esposa es la alegría de su esposo, así serás tú la alegría de tu Dios… Ahí llega tu Salvador; el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede. A ellos se los llamará ‘Pueblo santo’. ‘Redimidos por el Señor’; y a ti te llamarán ‘Buscada’, ‘Ciudad no abandonada’” (Is 62, 1-5.11-12).
Publicado en Vatican News