En la segunda mitad del siglo XVIII, Thomas Malthus, miembro destacado de la masonería británica, a través de su Ensayo sobre el principio de la población, popularizó la idea de que la tasa de crecimiento de la población era mayor a la de los medios de subsistencia, por lo que llegaría un momento en el que los recursos no alcanzarían.

Explosión demográfica

De esta teoría suya, insuficientemente sustentada —por no considerar, por ejemplo, la tecnología como un importante factor de producción—, surgió el concepto de “explosión demográfica” y la idea de que urgía reducir el número de hijos.

Un sociólogo británico de la misma época, Herbert Spencer, decía que, en esa lucha por la supervivencia, “el débil sucumbe y el Estado no tiene que intervenir para no interrumpir este proceso natural”. Es decir, que había que dejar que los pobres se murieran.

Y, desde entonces y hasta ahora, gran parte de las políticas económicas mundiales se han basado en dichos postulados. Por ello, aunque desde hace años ya había recursos suficientes y alimentos para que nadie pasara hambre, aún existen más de mil 300 millones de pobres. Es decir, los que tienen la facultad de acabar con la pobreza no tienen verdadero interés en hacerlo.

Invierno demográfico

Pero hacía falta ver también la otra cara de la moneda. El sacerdote belga Michel Schooyans (1930-2022), referente fundamental en el pontificado de Juan Pablo II para denunciar las mil y una trampas de la “cultura de la muerte”, acuñó el término “invierno demográfico” para advertir que el antinatalismo reinante produciría una disminución extrema de la población, pues la tasa de natalidad, lejos de igualarse a la tasa de mortalidad, seguiría descendiendo hasta producir el envejecimiento de las poblaciones.

“Los estados de Europa occidental llevan camino de suicidarse, de suicidarse por la demografía”, advirtió el padre Schooyans.

Y esto ya está ocurriendo no sólo en Europa sino en casi todo el mundo. Por ejemplo, el centro de análisis Funcas acaba de publicar un estudio sobre la situación de España, encontrando que en siete de cada diez hogares españoles no existen niños ni tan siquiera jóvenes menores de 25 años.

En China, donde desde 1979 se aplicó la política de ‘‘un solo hijo”, en 2016 ya permitió dos, mas como la medida no ha sido suficiente para frenar el envejecimiento poblacional, a partir de 2022 pueden tenerse tres hijos.

En Japón desde 2005 hay más muertes que nacimientos. Y hasta en Iberoamérica las tasas de natalidad han bajado a niveles inferiores a lo que se necesita para lograr el reemplazo poblacional.

Y para quienes sólo les interesa el dinero y no las personas, deben saber que, como advirtiera John Maynard Keynes desde 1937, la disminución de las poblaciones tiene efectos económicos negativos; por ejemplo, no hay suficientes jóvenes que, como fruto de su trabajo, generen la riqueza e impuestos suficientes para que se puedan pagar las pensiones de los jubilados.

TEMA DE LA SEMANA: “HACIA UN PLANETA SIN NIÑOS”

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 12 de junio de 2022 No. 1405

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