Por Jaime Septién – Aleteia México
Los jesuitas lanzaron un mensaje de dolor e indignación tras lo sucedido con los sacerdotes Javier Campos y Joaquín Mora, quienes fueron asesinados en el contexto de violencia que vive este país
Aunque el presidente Andrés Manuel López Obrador diga que “tiene otros datos”, la violencia que arrasa a México, con más de 110,000 asesinatos dolosos en lo que va de su administración (1 de diciembre de 2018), la realidad cotidiana del mexicano de a pie, de las mujeres, de los periodistas, de los sacerdotes, de hombres de bien, tiene una sola palabra para definirse: zozobra.
El día de ayer, en lo intrincado de la Sierra Tarahumara, donde los jesuitas, desde que llegaron al territorio actual de México han evangelizado, el crimen tomó cuenta de dos de ellos: los padres Javier Campos SJ, y Joaquín Mora SJ. Son “víctimas colaterales” de lo que los medios llaman con el eufemismo de “ajuste de cuentas” de los cárteles de la droga o de los grupos de delincuencia que controlan, ya, poco más de la tercera parte del país.
Este martes, mediante un comunicado, el provincial de la Compañía de Jesús en México, Luis Gerardo Moro, dio el siguiente parte:
“Con profundo dolor e indignación les informo que el día de hoy 20 de junio por la tarde, en Cerocahui, Tarahumara, los padres Javier Campos SJ, y Joaquín Mora SJ, fueron asesinados en el contexto de violencia que vive este país, luego de intentar defender a un hombre que buscaba refugio en el templo y que era perseguido por una persona armada».
Evidentemente, el hombre que huía también fue asesinado.
Una raya más en la lista de la impunidad
No solamente fueron asesinados tratando de defender a un hombre que buscó el abrigo de la Iglesia. Además, los cuerpos de ambos sacerdotes “fueron sustraídos” del templo y llevados “por personas armadas” quienes, seguramente, los harán desaparecer, como han hecho con más de 100,000 personas desde que en 2006 se inició la denominada “guerra contra el narco” en México.
“Condenamos estos hechos violentos, exigimos justicia y la recuperación de los cuerpos de nuestros hermanos que fueron sustraídos del templo por personas armadas”, dice el comunicado.
Un comunicado de repulsa más de los que a diario se producen por personas, familias, organizaciones, Iglesias, escuelas, hospitales… Y que a diario se encuentran con el vacío: 95 por ciento de los crímenes que se cometen en México quedan en la total impunidad. Y si se trata de miembros de la Iglesia católica, la impunidad llega casi al cien por ciento de los atentados en su contra.
En su comunicado, los jesuitas de México exigen que se adopten de forma inmediata, medidas de protección “para salvaguardar la vida de nuestros hermanos jesuitas, religiosas, laicos y de toda la comunidad de Cerocahui». Por su parte, el prepósito de los jesuitas en el mundo, Arturo Sosa, dijo en un tuit: «Mis pensamientos y oraciones están con los Jesuitas en México y las familias de los hombres. Tenemos que detener la violencia en nuestro mundo y tanto sufrimiento innecesario».
No nos van a callar
Los jesuitas de México han dejado en claro que estos hechos de violencia se presentan en un marco general en el que el país se ha convertido en un inmenso cementerio. Más aún en regiones tan desprotegidas (y tan llenas de grupos de delincuentes) como la Sierra Tarahumara, en el Estado de Chihuahua, al norte de México. «La Sierra Tarahumara, como muchas otras regiones del país, enfrenta condiciones de violencia y olvido que no han sido revertidas. Todos los días hombres y mujeres son privados arbitrariamente de la vida, como hoy fueron asesinados nuestros hermanos», subrayó el provincial de los jesuitas en su comunicado.
Y añadió: «Los jesuitas de México no callaremos ante la realidad que lacera a toda la sociedad. Seguiremos presentes y trabajando por la misión de justicia, reconciliación y paz, a través de nuestras obras pastorales, educativas y sociales». Finalmente, se solidarizaron «con tantas personas que padecen esta misma situación, sin que su sufrimiento suscite empatía y atención pública».
«Confiamos que los testimonios de vida cristiana de nuestros queridos Javier y Joaquín sigan inspirando a hombres y mujeres a entregarse en el servicio a los más desprotegidos», asegura el comunicado. Y es un testimonio luminoso: quienes conocimos –por haber sido su alumno—al padre Mora, lo recordaremos siempre como un sacerdote bueno (en el “buen sentido de la palabra bueno”, que diría Antonio Machado) paciente, calmado, extraordinariamente recogido en su interior y en la relación con Cristo.
El llanto de un hermano jesuita
A continuación, el escrito del padre «Pancho», un jesuita de la Tarahumara que hace este responso intitulado “Mi manera de llorar” y que circula en redes sociales:
La oscuridad se cierne sobre nuestra sierra, la lluvia trémula provoca el escalofrío de los huesos, ésta, se encarga de recordar que el cielo también puede llorar y hoy lo hace. La tristeza nos invade, no sólo por los que hoy caen, sino por todos aquellos que han muerto, consecuencia de una guerra absurda y estúpida.
Mis hermanos Joaquín Mora y Javier Campos se suman a la ineptitud gubernamental, incapacidad de aquellos que fueron elegidos para protegernos y que nos siguen abandonando a nuestra suerte. No es sólo el que aprieta el gatillo sino también aquellos que teniendo el poder para detener esta barbarie y prefieren no hacer nada, ellos también son cómplices.
Tarde o temprano sucedería, todos los sacerdotes de esta región sabemos el riesgo de estar en estas tierras; hoy nos toca sufrir dichas consecuencias y lo asumimos, porque nos sabemos parte del pueblo, al que hemos acompañado en sus momentos de tanto dolor. Los padres Joaquín Mora y Javier Campos eran parte del pueblo, y mueren en la raya, intentando protegerlo de la brutalidad, optando por la paz.
Estas letras son de dolor y amargura y tal vez son las mismas que quisieran plasmar muchos de los fieles del pueblo de Cerocahui y de todos aquellos que conocían a alguno de los padres, porque no sólo eran unos curitas de sacristía, sino verdaderos amigos, papás, hermanos, compañeros de camino, de allí nuestra agonía.
¿Acaso es necesario un par de mártires para poner manos a la obra? ¿Es necesaria su muerte para que nuestras infames instituciones hagan verdaderamente su trabajo? No tengo respuesta a estas interrogantes, sólo sé que las manos gubernamentales están bañadas de sangre.
Estas son mis palabras, no sólo por nuestros hermanos sacerdotes, sino por todas las víctimas que siguen sufriendo las consecuencias de la violencia. La consternación nos llega al presbiterio de Tarahumara y sufriremos la partida de nuestros amigos, teniendo en claro que ellos ya descansan y que nosotros honraremos su memoria buscando que nuestra realidad sea transformada en lo que Dios quiere para su pueblo.
Publicado en es.aleteia.org