Por Arturo Zárate Ruiz
Armagedón, 2012, Epidemia, El día después de mañana, No mires arriba… Abundan las películas sobre catástrofes, no pocas planetarias, ya de invasiones de extraterrestres, ya de desastres naturales, ya de causados por la necedad humana o por todos estos factores juntos.
Suelen dizque presentarnos las reacciones de la gente frente a la devastación total. En el trasfondo están los pusilánimes, quienes si pueden evitar un dolor de cabeza con aspirinas no se atreven a tomarlas; por supuesto, son muy religiosos; para que quede claro, católicos: la cefalea es voluntad de Dios.
Se resignan a todo, salvo el cura renegado que desafía al Altísimo y, blasfemando, lo pone a un lado para salvar a muchos, como en La Aventura del Poseidón.
Más prominentes son los malos quienes ocultan información de la cercana catástrofe, ya para evitar ser identificados como responsables, ya por, insensatos, ver la oportunidad de lucrar con ella. Están los héroes, frecuentemente ateos que fundan sus juicios en la Ciencia (con mayúscula), y nada más. Su gloria es salvarse ellos con unos cuantos, o al menos el código genético humano para la supervivencia de la especie humana, como si esto fuese una “salvación” después de todo para ti o para mí o para inclusive ellos; como si, en última instancia, sobrevivir la hecatombe nos librase del desastre final que a todos nos llega tarde o temprano: la muerte. Pero volviendo a los caracteres de estas películas, abundan los que al principio son indiferentes, luego entran en pánico por el cataclismo inminente, y finalmente creen evitarlo saqueando supermercados y corriendo como hormiguitas locas por las calles.
Cuidar la vida y prepararse para la muerte
De hecho, no debemos permanecer indiferentes frente a las amenazas de muerte. Ésta es lo opuesto a Dios, quien es Vida, y quien nos la ofrece en abundancia. La que gozamos ahora debemos cuidarla y aun defenderla para gozar la eterna que esperamos después.
Aun desear y exponerse al martirio por Cristo (o simplemente por nuestros seres queridos) está mal, cuando ofrendar la vida no es necesario ni lo quiere Dios. Entonces es soberbia, pecado. En la mayoría de las ocasiones, el ofrendar la vida por la fe y por los demás se logra mejor permaneciendo vivos.
Por supuesto, con nuestra vida, por más ordinaria y oculta que sea, debemos dar testimonio de Dios y su amor por nosotros. Cumplir con los deberes de nuestro estado, diría san Josemaría Escrivá, es una de las mejores formas de oración.
Ahora bien, es hasta depravado regodearse con la muerte física en sí, pues le sobran desgracias. Por ejemplo, si no es repentina, se ve anunciada por la enfermedad, el dolor, el abandono, el olvido. En ocasiones, se sufre menos por el decaimiento propio que por la destrucción de lo que fue la obra de toda nuestra vida, como le ocurrió a san Agustín. Antes de morir vio llegar a los bárbaros que barrieron su patria, Hipona, y borraron la fe de esas tierras, todavía en manos de enemigos de la Iglesia.
Aunque se goce de plena salud, la posible muerte repentina no deja de preocuparnos. ¿Qué será de nuestros hijos y nuestra esposa, quienes quedarían muy desprotegidos? Por ello, parte nuestras responsabilidades como esposos y como padres es crear, en lo posible, un “guardadito” para los “imprevistos”. Que al menos no empeñen todo para comprar nuestro ataúd.
Pero repitámoslo, la muerte física nos llegará tarde o temprano. Por tanto, no sólo es satánico sino ridículo el culto a la “santa muerte”, como si pactando con ella jamás nos fuera a tocar.
Y no prepararse cristianamente para ella es de necios. La confesión y la comunión frecuentes no sólo nos fortalecen, también preservan nuestra paz con Dios. De habernos olvidado de Él, el morir sí ameritaría pánico y correr como locos por el infierno posible, más catastrófico que el fin de este mundo.
Pero, si estamos en paz con Dios, ¿por qué temerle a la muerte? Dice san Pablo: “¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón? Porque lo que provoca la muerte es el pecado… ¡Demos gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo!”.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 12 de junio de 2022 No. 1405