Por José Ignacio Alemany Grau, obispo

Reflexión homilética del 3 de junio de 2022

Muchas veces andamos pidiendo claridad en la fe. Es decir, que no nos falte la verdad que prometió Jesús.

El secreto será siempre pedir al Espíritu Santo que venga a nosotros y nos descubra la verdad plena y nos recuerde todas las cosas que enseñó Jesús.

Hoy es un buen día para que todos, en la Iglesia, invoquemos al Espíritu Santo pidiéndole este don.

Hechos de los apóstoles

Nos explica, en este día, el gran acontecimiento que había prometido realizar Jesús, cuando llegara Él a la casa del Padre.

En esta celebración debemos distinguir unos signos externos:

+ Ruido del cielo, igual a un viento recio que hizo resonar toda la casa.

+ Lenguas como llamaradas sobre cada uno.

+ Hablar en lenguas extranjeras, según el Espíritu les sugería.

Pero también, unos signos internos que eran los más importantes:

«Se llenaron todos del Espíritu Santo».

De esta manera, se cumplió la promesa de Jesús:

«Vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días. Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo».

Esa transformación interior es el milagro más grande. Por él entendieron los apóstoles todo el mensaje que Jesús les había dado y se transformaron en hombres valientes que comenzaron a evangelizar.

Esto es lo que tenemos que pedir hoy al Espíritu Santo: la conversión interior, que nos ayude a conocer bien el plan salvador de Dios; y la parresía, valentía, necesaria para seguir proclamando el Evangelio.

Salmo 103

Una invitación en este día tan grande para glorificar y bendecir al Señor por las maravillas que ha hecho en la creación y, sobre todo, en la Iglesia: «Bendice, alma mía, al Señor (…) Cuántas son tus obras (…) La tierra está llena de tus criaturas (…) Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras».

San Pablo

En este importante capítulo ocho de la carta a los Romanos, nos descubre la acción del Espíritu Santo en cada uno de nosotros, bautizados en la Iglesia de Jesús: somos de Cristo porque «el Espíritu Santo habita en nosotros».

Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios.

Hemos recibido el espíritu de hijos adoptivos y, qué importante y cuán grande es nuestro poder, porque podemos hablar a Dios Padre con las mismas palabras y sentimientos de Jesús, que repetía en su oración:

«Abbá, Padre».

Aprendamos bien esta hermosa enseñanza: nuestro espíritu, limitado y pequeño, pero unido al Espíritu Santo, nos convierte en testigos de nuestra filiación divina.

Esta filiación divina, aunque no es como la de Jesús ya que Él es hijo del Padre por naturaleza, nos asegura que, lo mismo que Jesús, seremos herederos de Dios y glorificados con Él, si padecemos con Jesús mientras vivimos en el mundo.

Verso aleluyático

Es una invocación al Espíritu Santo pidiéndole que realice también hoy la obra que nos prometió Jesús: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor». Que el Espíritu nos regale su fuego transformante.

Evangelio

El evangelista San Juan nos recuerda la obra de Dios en los fieles.

Los fieles son los que cumplen con fidelidad los mandamientos. Fijémonos en la perfecta ilación de esta promesa de Jesús: Jesús pide al Padre para nosotros y el Padre se lo concede todo siempre.

Lo más importante que quiere para nosotros es: «El que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él».

¡Dios, la Trinidad Santa en nosotros!

En este día de Pentecostés pido, para ustedes y para mí, que de la meditación sobre el amor que hemos hecho durante todo el período pascual, queden en nuestro corazón estas palabras y las meditemos frecuentemente:

«El que me ama guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él».

 

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