Por Rodrigo Guerra López
El daño a la paz y al bien común de América Latina, por la venta indiscriminada
de estos artefactos en Estados Unidos, es incalculable
Las dolorosas escenas del 24 de mayo en la escuela primaria de Uvalde, Texas, en las que 19 niños perdieron la vida, han horrorizado a todos. Esta masacre se suma a la del tiroteo en Búfalo, el 14 de mayo de 2022, y a muchos más casos que, a través de los años, se han venido presentando. Sólo en 2022 han ocurrido en el país del norte 213 tiroteos, que no por menos espectaculares, resultan ser menos alarmantes.
Sin embargo, la venta de armas sigue siendo promovida con gran “desempacho”: tres días después de la masacre de Uvalde, en la muy cercana ciudad de Houston, la convención anual de la Asociación Nacional del Rifle ha tenido lugar. El conferencista estrella resultó ser el expresidente “provida” Donald Trump, quien afirmó entre otras cosas: “La existencia del mal es una de las mejores razones para armar a los ciudadanos respetuosos de la ley”. Y añadió: “Lo único que detiene a un tipo malo con un arma es un tipo bueno con un arma”.
Dicho de otro modo: en la convención prevaleció la mentalidad basada en: “Si quieres la paz, prepara la guerra”. La espiral creciente de violencia que se suscita con este tipo de pseudorazonamientos no es difícil de advertir, como lo denunció proféticamente Paulo VI en la Asamblea General de la ONU, el 24 de mayo de 1978. Además, los datos empíricos la comprueban: la laxitud legal en este tema ha hecho de Texas uno de los estados con mayor violencia a causa del uso de armas.
La venta en el país del norte tiene un impacto en el tráfico ilegal de armas en América Latina: entre 2015 y 2020, al menos seis mil armas de fuego estadounidenses fueron recuperadas en el Caribe y cerca de 13 mil en América Central, principalmente en Guatemala, Honduras y El Salvador. El caso mexicano, por supuesto, rebasa a la imaginación más fecunda: medio millón de armas ingresan cada año a territorio nacional procedentes de Estados Unidos, causando aproximadamente 17 mil homicidios (anuales).
La repercusión del tráfico de armas trasciende en materia de salud, economía y seguridad, en toda la región latinoamericana. El daño a la paz y al bien común de nuestros países es incalculable.
La responsabilidad de las personas y grupos afines a la mentalidad armamentista, que suele estar vinculada en más de una ocasión con otros vicios ideológicos —autoritarismo fascista, xenofobia y teorías de la conspiración—, es enorme.
La auténtica cultura de la vida atraviesa por el estricto control de armas. San Juan Pablo II ya había dicho en su momento: “El tráfico de estas armas parece evolucionar a un ritmo creciente y orientarse preferentemente hacia los países en vías de desarrollo. Cualquier paso que se dé y cualquier medida que se tome para limitar esta producción y este tráfico y para someterlos a un control cada vez más efectivo es una contribución significativa a la causa de la paz” (7 de junio 1982). El papa Francisco, siguiendo esta convicción, dijo en la Audiencia pública del miércoles 25 de mayo: “Es tiempo de decir basta al tráfico indiscriminado de armas”.
*Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina rodrigoguerra@mac.com
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 5 de junio de 2022 No. 1404